Ciudadanía bautizada: ser sal y luz en el mundo de la política

Por Emilio Travieso, S.J.

La política está más fea que nunca. El país se está polarizando, la agresividad sustituye al razonamiento, y de repente tenemos amigos de toda la vida con los que ya no podemos hablar de ciertos temas. La violencia es un hecho cotidiano, y hay momentos en que uno hasta teme que explote una guerra civil. Mientras tanto, los políticos hacen la voluntad de quienes les financian, en vez de la voluntad de quienes los eligieron. En Miami, ya estamos traumatizados por lo que hemos vivido en nuestros países de origen, pero si nos descuidamos, podemos acabar reproduciendo esa violencia por estar reaccionando desde la herida.

A pesar de lo delicado y hasta peligroso que está la política últimamente – es más, por eso mismo – las cristianas y los cristianos estamos llamados a meternos en ella. Como diría el papa Francisco, la política es la más alta caridad, porque se trata de promover el bien común. Si asumimos nuestra misión de ser sal y luz donde realmente hace falta, podemos ayudar a que se cumpla el deseo más hondo de Jesús, que todas las personas tengan vida en abundancia (Jn 10:10).

La Iglesia como sociedad civil en el mundo moderno

Ahora, hay que ver la manera de hacerlo. La Iglesia tiene una historia muy larga, en la que su manera de entender su papel en el mundo ha ido evolucionando. A veces, hemos estado de espaldas al estado, o perseguidos por él; otras veces hemos sido quienes hacen y deshacen, en alianza con el estado o incluso por dentro de sus más altas esferas. Hoy en día, nuestra guía y referencia sobre estos asuntos es el Concilio Vaticano II, y más específicamente, la constitución pastoral Gaudium et Spes.

En Gaudium et Spes, publicado en 1965, la Iglesia se reconcilia con el mundo moderno, afirmando que estamos llamados a contribuir desde nuestra identidad cristiana, pero sin tener que estar a cargo. En otras palabras, la Iglesia se autodefine como sociedad civil, que no tiene vocación de gobernar, sino de participar y proponer y servir y educar, desde abajo. Es una actitud de humildad, reconociendo que Dios actúa en todas las religiones y culturas, no solo en la nuestra. Además, reconoce la libertad de conciencia – incluyendo la de las personas que piensan diferente a nosotros – como algo propio de la dignidad humana, que es nuestro valor fundamental.

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La vida política como lugar donde ejercemos nuestro bautismo

Eso, en cuanto a la Iglesia institucional como tal. Pero en lo que toca a las personas laicas bautizadas, están llamadas a ejercer su ciudadanía en todos los niveles, incluyendo en el servicio a través de los cargos políticos. Por el bautismo, somos sacerdotes, profetas y reyes; eso de reyes, en algunos casos, puede implicar el asumir una responsabilidad por la comunidad más amplia.

Quienes se animan a eso deben recordar la insistencia a lo largo de la Biblia, de que los gobernantes deben ser defensores de los débiles y asegurar la justicia, como verdaderos pastores que traen la paz a los pueblos. Jesús no rechaza la política, ni a las autoridades (“denle al César lo que es del César”), pero tampoco acepta que los “jefes de las naciones” usen su poder para oprimir y explotar a los demás (Mc 10:42). Él mismo da el ejemplo de cómo deben ser los gobernantes. A nuestro Rey no le interesan las ambiciones de poder, de ser grande, de ser primero (Mc 10,35-40; Mt 20,20-23), sino que lo que le interesa es servir humildemente, y su gloria está en dar su vida para que los demás tengan vida.

Cuando los políticos se extravían de esta misión, ahí entra nuestro rol como profetas. Los profetas en la Biblia son quienes dicen la verdad de cara a las mentiras de los poderosos que oprimen a los pobres. Las primeras comunidades cristianas respetaban a las autoridades legítimas, estando dispuestas a colaborar en toda obra para el bien común.  Pero también se resistían (sin violencia) a las autoridades que se extralimitaban, pidiendo sumisión absoluta, la cual se la debemos sólo a Dios.

Y en cuanto al sacerdocio de Cristo en el que participamos por nuestro bautismo, su implicación política se manifiesta en nuestro llamado a ser co-santificadores con el Espíritu Santo. Donde hay algo roto en nuestra comunidad, arreglarlo. Donde hay una herida, sanarla. Donde hay egoísmo, poner solidaridad. Donde la gente simplemente está desconectada, tender un puente y traducir para que se puedan entender. Ese trabajo se puede y se tiene que hacer en todos los niveles de la sociedad, y los más indicados para hacerlo somos quienes estamos inmersos en el amor de Dios. 

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Ampliando el horizonte de nuestra participación política como cristianas y cristianos

En todo caso, no hay manera de escaparnos de la política, y eso en el fondo es una buena noticia. Nos ayuda a recordar que el ser humano alcanza su plena y completa realización en su relación con Dios y con los demás. Somos sociales – es decir, políticos – por naturaleza. El bien y el mal que podemos hacer no nos afecta solo a nosotros, sino que también afecta a quienes nos rodean. Esa interdependencia no es algo malo, sino que simplemente es parte esencial de quienes somos. En el fondo, la política es donde se puede construir la comunión a la que estamos llamados.

Si lo vemos así, entenderemos que la participación política no se trata solamente de votar cada cuatro años. Eso tiene su lugar, pero también es importante inscribirme como voluntario en la biblioteca pública de mi barrio, y donar sangre, y recoger la basura en la playa. Todos esos son actos políticos, porque fortalecen el tejido social y aportan al bien común. Si queremos ver esos valores reflejados a escala nacional, tenemos que irlos cultivando desde lo local, en la vida cotidiana.

Al mismo tiempo, participar como adultos responsables en la política de hoy también requiere de nosotros un esfuerzo de educarnos. Educarnos en lo que enseña la Iglesia sobre los temas sociales, que no se limita a uno o dos puntos, sino que es una visión integral, que hay que ver en profundidad para poder aplicarla de manera coherente. Y también educarnos en el sentido de analizar bien la realidad que nos rodea, para entender lo que está pasando. Los medios de comunicación están muy sesgados, y en algunos casos incluso promueven el odio y las mentiras. Las redes sociales están diseñadas para provocarnos, no para informarnos. Entonces nos toca tener mucho cuidado con los discursos que nos pueden llevar a cortos circuitos que provocan violencia. Hay que investigar, averiguar y usar la razón para discernir lo que conviene, y luego entrar en diálogo con la gente que ve las cosas de otra manera. A veces, me ayudarán a comprender algo que no se me había ocurrido. Otras veces, el diálogo nos ayudará a darnos cuenta de lo que tenemos en común. Y aún si eso no pasara, por lo menos nos habremos reafirmado como hermanas y hermanos, en vez de deshumanizarnos mutuamente.

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Una palabra sobre la democracia

Parece mentira, pero en Estados Unidos, en este momento hay políticos con mucha influencia que se atreven a hablar y actuar abiertamente en contra de la democracia como tal. Conviene recordar la posición de la Iglesia al respecto. Desde Gaudium et Spes en adelante, la Iglesia ha reiterado varias veces su apoyo al sistema de la democracia. Democracia, para la Iglesia, significa que el verdadero sujeto de la autoridad política es el pueblo, que mediante elecciones les delega algunas funciones a las personas que elige como sus representantes; tiene todo el derecho de exigirles rendición de cuentas a esos representantes, así como tiene el derecho de reemplazarlos. San Juan Pablo II recalcó la importancia de la democracia en su encíclica Centesimus annus, publicada en 1991. 

Otros papas han continuado desarrollando estos temas. Por ejemplo, Benedicto XVI hace un llamado a fortalecer las instancias internacionales, para garantizar la convivencia pacífica y globalizar la solidaridad. El papa Francisco, por su parte, ha profundizado en la reflexión sobre dos valores que siempre están en tensión en cualquier democracia: la libertad y la igualdad. Para convertir esa tensión en tensión creativa, de manera que se complementen de manera sana y equilibrada, hay que empezar por reforzar la fraternidad. Así, la sociedad se convierte en una auténtica comunidad, donde se puede vislumbrar la “civilización del amor”, el Reino de Dios que tanto anhelamos.

Alimentemos la esperanza

A veces a uno le dan ganas de desesperarse. En esos momentos de desánimo, quizás nos pueda ayudar otra reflexión del papa Francisco. En Evangelii Gaudium, insiste en que “el tiempo es superior al espacio”. Quiere decir que, en vez de imponer nuestra voluntad a la fuerza, tendremos más impacto si nos esforzamos por desencadenar procesos de largo alcance. Así como está haciendo ahora con el proceso sinodal, se trata de generar conversaciones que, a medida que van calando en lo hondo de los corazones, tarde o temprano transformarán las instituciones. Se trata de cultivar la práctica de lo cotidiano, de crear cultura, de poner a la gente y las ideas en movimiento. Si hacemos eso desde los valores del Evangelio, podemos confiar en que las cosas van a mejorar, aunque los frutos de ese proceso tomen su tiempo para madurar.

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Preguntas para la reflexión personal

  • Más que criticar, ¿qué propongo?
  • ¿Sé en qué se invierten mis impuestos?  
  • ¿Conozco la Doctrina Social de la Iglesia católica?
  • ¿Me involucro en alguna organización que hace el bien?  
  • ¿Entiendo bien cómo funciona el gobierno del país en el que vivo?
  • ¿Qué hago por defender los derechos de las personas más vulnerables?  
  • ¿Cuándo fue la última vez que hablé con mis congresistas sobre algún tema que me afecta?  
  • ¿Cuándo fue la última vez que participé en una reunión sobre algo que afecta a mi comunidad?
  • ¿Trato a quienes piensan de otra manera como hermanos y hermanas, a pesar de nuestras diferencias?

Emilio Travieso, S.J., is a Jesuit priest of the Province of the Antilles. He holds a doctoral degree from the London School of Economics. He currently practices his ministry in Haiti.