Reflexiones acerca de proceso sinodal 2021 - 2023
Por Raúl Arderí SJ.
Una imagen puede comunicar mejor que mil palabras. En la mañana del 7 de octubre del 2019 una extraña procesión atravesó la basílica de San Pedro en el Vaticano. No se trataba de un grupo de monaguillos, sacerdotes y obispos como los que acostumbramos ver al comienzo y al final de algunas misas importantes. En este caso había personas que avanzaban mezcladas, sin distinciones de rangos ni de cargos eclesiales. Caminaban como hermanos y entre ellos había representantes laicos de la región amazónica, sacerdotes, obispos, cardenales, religiosas y el Papa Francisco - como uno más - solo reconocible por sus vestiduras blancas. Los presentes cantaban y rezaban mientras llevaban imágenes de hombres y mujeres que murieron por su fe y por defender los pueblos indígenas en esta parte del mundo. También se distinguía una red que algunos sostenían entre sus manos y una pequeña canoa que convertía la muchedumbre en una especie de río humano que recordaba el paisaje de este territorio. Así comenzó el encuentro dedicado a la Amazonia hace más de dos años y con esta procesión la Iglesia quiso mostrar qué significa un sínodo y cuál es su novedad.
¿Qué es un sínodo?
Para la mayoría de las personas, incluidos muchos cristianos, la palabra sínodo no pertenece al vocabulario cotidiano, aunque en los últimos tiempos se menciona con mayor frecuencia en las comunidades católicas. El origen de este vocablo está en la doble raíz griega del camino (hodos) que se hace acompañado por otros (syn). El sustantivo sínodo significa literalmente caminar juntos, y el adjetivo sinodal describe proyectos comunes a un grupo de personas donde todas se involucran activamente. En la vida corriente tenemos experiencias que muestran que los seres humanos no somos una isla sino dependientes unos de otros. La pandemia por la que atravesamos ha sido un difícil recordatorio de esta realidad y al mismo tiempo nos ha enseñado que su solución no depende de unos pocos sino del esfuerzo de todos. Las relaciones en las familias o los amigos podrían ser otro ejemplo de cómo es necesario compartir alegrías y dificultades para hacer la vida más plena. Cuando los domingos o en otros momentos especiales la familia se reúne para comer junta, no se comparten solo los alimentos sino también lo que ha sucedido recientemente y los proyectos del futuro. Mientras los más pequeños contagian alegría y vitalidad, las personas mayores conversan, se escuchan, algunas veces se toman decisiones y se recuerdan a los que están lejos. Esta experiencia tiene muchos rasgos en común con un sínodo porque expresa la satisfacción de formar parte de un grupo donde somos valorados.
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Desde sus inicios la Iglesia celebró encuentros especiales, llamados sínodos, para resolver las dificultades que se iban presentando y llegar a acuerdos. La reunión de Jerusalén, donde se discutió si los creyentes en Jesús que no pertenecían a Israel debían o no circuncidarse y aceptar la ley de Moisés, puede ser visto como el primer ejemplo de asamblea sinodal (Hechos 15). En la solución final de este dilema no aparecen simplemente los apóstoles y los ancianos, sino el Espíritu Santo como principal protagonista y la comunidad cristiana. Este modo de implicar a todos bajo la dirección de los pastores se convirtió en un estilo normal de ser Iglesia; en el siglo III el obispo africano San Cipriano decía: “Desde el comienzo de mi episcopado me he propuesto observar la regla de no decidir nada sin el consejo de sacerdotes, diáconos y la votación del pueblo.” Un poco más tarde los Papas León Magno y Celestino I afirmaban respecto al nombramiento de los obispos: “El que ha de presidir a todos debe ser elegido por todos y no se imponga ningún pastor contra la voluntad del pueblo.” Estas reglas hoy podrían parecer poco prácticas o difíciles de implementar por la extensión de las diócesis o la cantidad de bautizados, pero muestran cómo los cristianos se sentían parte de una gran familia que dedicaba tiempo a escucharse y llegar a decisiones en común. Lamentablemente esta costumbre se fue desvaneciendo con el paso de los siglos.
¿Cuál es la novedad y el tema de este sínodo?
Al final del Concilio Vaticano II el Papa Pablo VI decidió crear un organismo permanente llamado Sínodo de los Obispos. Desde entonces se reúnen periódicamente en Roma representantes de los obispos de todo el mundo para tratar temas relevantes para la vida de la Iglesia: la justicia social, la catequesis, la Iglesia en los distintos continentes, etc. El Papa Francisco renovó este organismo en el 2018 para incluir la novedad de fase de escucha donde participara el mayor número de bautizados posible. Como obispo de Roma, Francisco había convocado cuatro sínodos de obispos: sobre la familia (2014 y 2015), los jóvenes (2018) y la región amazónica (2019). En cada uno de ellos se confeccionaron encuestas para promover la participación de laicos en la fase preparatoria, aunque esta iniciativa no fue acogida con igual entusiasmo en las distintas partes del mundo. En algunos lugares los fieles ni siquiera se enteraron que su voz podía ser útil en Roma.
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A inicios del 2021 la Iglesia recibió la buena noticia de la convocatoria de un nuevo sínodo que lleva por tema: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. El mismo se extenderá hasta el 2023 e incluirá explícitamente una primera etapa para escuchar la voz de todos los bautizados en cada diócesis. Este camino sinodal inició en Roma el 10 de octubre y luego fue inaugurado por los obispos locales el 17 del mismo mes (o en otra fecha apropiada). La fase diocesana del sínodo se extenderá hasta agosto del 2022 para permitir que todas las comunidades puedan participar en el mismo e incluso se consulten hombres y mujeres de buena voluntad que no frecuentan nuestros templos. Al final de esta etapa se celebrarán encuentros diocesanos y se redactará un resumen del proceso que cada Conferencia Episcopal debe enviar a Roma. La segunda fase del sínodo llegará hasta marzo del 2023, con encuentros por continentes, para terminar con un tercer momento en octubre del 2023 en el Vaticano. No sería extraño que el Papa Francisco devuelva a cada comunidad las conclusiones de este proceso para buscar modos concretos de llevarlas a la práctica. Aunque el documento final que saldrá de este camino de dos años será útil, el objetivo fundamental del sínodo no es tanto producir un texto bonito sino recuperar un estilo cristiano donde todos nos sintamos responsables de la Iglesia y podamos tener un espacio para ofrecer lo mejor de cada uno.
En muchos lugares se conoce a este proceso como el “sínodo sobre la sinodalidad”, con la desventaja que la frase puede sonar a una repetición innecesaria. Este título expresa la reflexión que hace toda la Iglesia, pastores y fieles incluidos, sobre sí misma buscando dar al mundo un testimonio creíble de fraternidad. Existe una pregunta fundamental que guiará los debates de este sínodo: En una Iglesia sinodal, que anuncia el Evangelio, todos “caminan juntos”. ¿Cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en la propia Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos”? A partir de diez grandes temas cada grupo local, comunidad o parroquia podrá profundizar en esta pregunta fundamental. Las respuestas a las interrogantes deberán partir de la propia realidad y de experiencias en que los bautizados han sido protagonistas de la vida de la Iglesia. Algunos miembros de nuestras comunidades recordarán la preparación de la visita del Papa Juan Pablo II en 1998 y la peregrinación de la Virgen de la Caridad por Cuba del 2010 al 2011. Ambos acontecimientos involucraron a miles de católicos, personas de otras denominaciones o simplemente simpatizantes de la Iglesia. Por ello se recuerdan como verdaderas celebraciones de todo el pueblo. La invitación que nos hace hoy el Papa Francisco es aprender de lo mejor de este tipo de vivencias para soñar el futuro.
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¿Qué debemos hacer?
Pocas cosas son más necesarias en Cuba hoy que la capacidad de hablar claro y escucharnos con humildad y respeto, es decir, vivir un proceso sinodal. El Nuevo Testamento utiliza el término griego parresía para describir una actitud que incluye la libertad de palabra, la valentía, el entusiasmo y la confianza en la fidelidad de Dios por encima de todas las dificultades (Juan 18, 20; Hechos 4, 29). Una condición necesaria para el diálogo en los encuentros sinodales será crear un ambiente de confianza donde cada quien pueda expresarse abiertamente sin temor. Esto supone no sofocar las propias ideas por miedo a contradecir las figuras de autoridad o atemperar la pasión que ponemos en las cosas que amamos. Este afecto no debería estar reñido del respeto al que piensa distinto y el deseo de buscar puntos comunes por encima de razones que separan.
Otro “músculo” que deberíamos entrenar en el proceso sinodal es la capacidad de escucharnos con humildad para aprender unos de otros. Esta actitud implica la capacidad de renunciar a las propias ideas cuando reconocemos que otras son mejores o ayudan más para alcanzar los objetivos comunes. El sínodo debería ofrecer un espacio donde cada quien aporte lo más valioso de sí sin excluir ninguna voz. Los encuentros de Jesús con el centurión romano (Mt 8, 8), la mujer siro-fenicia (Mc 7, 28) o el letrado que preguntaba por el mandamiento más importante (Mc 12, 32-33) nos enseñan a dejarnos sorprender por el Espíritu que sopla en los lugares menos esperados.
Sabemos por experiencia que escuchar es más que oír. Podemos estar físicamente cerca de una persona que comparte su punto de vista y nuestra mente encontrarse lejos, distraída en otras preocupaciones, o descalificar las opiniones que no coinciden con las nuestras. Ninguna de estas actitudes favorece la escucha. Para que se logre una verdadero diálogo sinodal se necesitan disposiciones espirituales y un esfuerzo consciente de buscar entre todos la voluntad de Dios. Al inicio de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola recomienda que quien los acompaña y los recibe estén más dispuestos a “salvar la proposición del prójimo que a condenarla”, y si no la pueden salvar preguntar cómo la entiende el interlocutor. Si después de esto se descubre algún error en la postura del hermano, se intenta corregirlo con amor buscando todos los medios adecuados para salvarlo (EE. 22). Este punto de partida evita que las ideas preconcebidas o los malentendidos interfieran en la conversación y al mismo tiempo posibilita que cada cual argumente adecuadamente su punto de vista. Frente a un hermano que piensa de modo diverso podríamos preguntarnos qué experiencias, temores o esperanzas lo conducen en esta dirección, antes que desechar sus opiniones.
Vivir en nuestras comunidades un proceso sinodal significa crecer y convertirnos en una Iglesia del diálogo, la escucha y el respeto. Los obispos cubanos han apoyado esta iniciativa del Papa y han creado en cada diócesis comisiones para impulsar este proceso, pero el resultado final dependerá del empeño de sacerdotes, religiosas y fieles a nivel local. El estilo que podamos vivir en las comunidades podrá sanar las heridas que el autoritarismo o la apatía hayan creado entre nosotros y al mismo tiempo seremos capaces de contagiar positivamente una sociedad herida por los mismos males. Si este proyecto te enamora no dudes en buscar la comunidad católica más cercana y ofrecer tu voz y tu oído al Sínodo 2021 – 2023. Quizás encuentres que tu necesidad de ser escuchado y de ofrecer lo mejor de ti es compartida por muchos otros. La invitación está hecha ¡ven, caminemos juntos!
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NOTA AL PIE
Ninguna reflexión teológica está libre de un contexto histórico sino que busca responder a preguntas determinadas por una situación y explicar allí cómo la Buena Noticia de Jesús es significativa. Escribo estas líneas sobre el Sínodo 2021-2023 como jesuita cubano desde Cuba. Nuestro país ha sido afectado, al igual que el resto del mundo, por una Pandemia que ha paralizado prácticamente la vida eclesial. A esto se une una profunda crisis económica y política que se traduce en la pérdida de la esperanza de muchos jóvenes que ven la migración como la única salida viable. La fe cristiana nos asegura que Dios no abandona a su pueblo y sigue creando vida en los desiertos más áridos. Creo profundamente que el proceso sinodal puede ser una experiencia de gracia para la Iglesia cubana, que necesita ser un signo profético de unidad en la diversidad en medio de un sistema totalitario. Ruego al lector disculpar las referencias explícitas al contexto cubano y aplicar estas líneas “tanto cuanto” le sirva a su propia realidad.
P. Raúl Arderi, S.J. (Manzanillo, 1983) Licenciado en Ciencias de la Computación, Universidad de la Habana (2007) y Licenciado en Teología, Boston College, School of Theology and Ministry (2020).