Por Luis R. Maderal
La prudencia es la virtud que regula a las demás virtudes, de modo que la valentía no caiga en arrogancia o la mansedumbre en cobardía. La prudencia, por lo tanto, es equilibrio, balance, sentido común: intuición para la proporción. Solo poseen la virtud de la prudencia aquellos que, ya sea por naturaleza o por trabajosa adquisición tienen el don del discernimiento.
Mi amigo Luis Fernández-Rocha era un virtuoso del discernimiento, por ambos motivos: por naturaleza – ya de niño en Belén lo manifestaba entre sus compañeros, entre estudio y juego – o adquirido en la batalla diaria como buen hijo de San Ignacio (maestro en el noble arte de esta virtud) a través de los Ejercicios Espirituales en la ACU, donde fue remodelando su modo de ser cara a Dios, al prójimo y a si mismo. Con los años, aquel modo de ser, fuerte pero noble, firme, aunque tierno, proactivo y a la vez reflexivo, fue convirtiéndose en un verdadero ejemplo de “contemplativo en la acción”.
Aunque no era su vocación, cuando llego el momento de poner su vida al servicio de la patria, no dudó un momento en hacerlo, mas siempre con su tono sosegado y noble. Si surgía una situación conducente a la polémica, a la tensión o al desorden emocional entre sus compañeros, allá estaba Luis derramando luz donde no la había y sentido común cuando faltaba éste.
En el momento en que vivimos tan lleno de irritaciones, confusión y tendencias egocéntricas, tanto en el ámbito político-social, como entre amistades y aun dentro de las mismísimas familias, por no decir Iglesia, necesitamos de hombres de santa sabiduría tales como Luis. Verdaderos profetas que sepan distinguir entre la verdad y la mentira, la luz y las tinieblas, poniendo por delante, cueste lo que cueste, lo que lleva a la Mayor Gloria de Dios y bien de los hombres.
Concédenos, Señor, nuevos Luises. ¡Los necesitamos!