Por José Antonio Solís-Silva*
El Hermano José Feliz salpicaba sus clases repitiendo refranes y dichos como estribillos que se clavaban en la memoria: ¨en boca cerrada no entran moscas¨; ¨a Dios rogando y con el mazo dando¨; ¨poco a poco hila la vieja el copo¨; entre otros, pero muy en especial, se quedó en lo profundo de mi espíritu, ¨que al fin de la jornada aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada¨. Durante un curso escolar entero, de septiembre a junio, disfruté de la maestría en la enseñanza de aquel coadjutor castellano que enseñaba el Primer Grado, Sección ¨A¨ en el antiguo Colegio de Belén. Fue un año inolvidable donde la fe que había recibido de mis padres, y muy en especial de mi madre, empezó a adquirir una articulación un poco más formal.
Cuando ya matriculado en el Colegio, fui con mis padres a recoger los libros de textos requeridos por las diferentes asignaturas que se ofrecían en aquel Primer Grado, me pareció que me entregaban un paquete de juguetes nuevos. Cada libro tenía su atractivo. El libro de la asignatura de ¨Lectura¨ contenía cuentos vernáculos que me parecieron fascinantes y muchos de los cuales me leí antes de que comenzara el año escolar: ¨Voló Como Matías Pérez¨; El Médico Chino¨, ¨El Gallo de Morón¨ y otros igualmente llamativos para un niño de siete años con una imaginación activa. La asignatura de Religión requería dos libros, el Catecismo del Padre Astete y un libro de Historia Sagrada. El Catecismo del Padre Astete fue, realmente, de los dos libros requeridos, el único que se usó en la clase de Religión. Consistía en una serie de preguntas y respuestas acerca de la Doctrina Cristiana. Memorizábamos todo, el número de la pregunta, la pregunta y la respuesta. A fin de curso, en el examen de premio, cuando me llegó mi turno, el Hermano Feliz me preguntó, ¨Solís, la pregunta # 51¨. Me puse de pie y respondí sin pausa alguna, ¨Pregunta# 51: ¿Quién es Jesucristo? Jesucristo es el Hijo de Dios vivo que se hizo hombre por nos redimir y dar ejemplo de vida¨. Gané premio. Aquel año, durante mucho tiempo esperé, con gran ilusión, encontrarme con el Padre Astete a la vuelta de alguna galería del edificio del Colegio como me encontraba a veces con el Padre Bonifacio que siempre me regalaba una estampita o una medallita, o el Padre Gómez que era el único sacerdote en todo el Colegio que no era más alto que yo. Compensaba su pequeña estatura con un vozarrón como un trueno. Pero, para mi desilusión, nunca me encontré con el Padre Astete. Años después comprendí qué, de haber sucedido el encuentro, hubiese sido un genuino milagro puesto que el Padre Astete había muerto en 1601. Aquel Catecismo era la obra por la que mejor se recuerda al Padre Gaspar Astete, S.J. teólogo salamantino del Siglo XVI.
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El otro libro de texto requerido por la asignatura de Religión y nunca usado tenía por título, Historia Sagrada. Curiosamente, en el Segundo Grado, Sección A, del Hermano José Arrieta también estaba el libro de Historia Sagrada en la lista de libros requeridos para la asignatura de Religión y tampoco fue nunca usado. Jamás supe porqué se requería un libro que nunca iba a ser usado. Sin embargo, por diferentes razones me alegré entonces de que, a pesar de que no fuese usado, se requiriese el libro y me alegré mucho después y me alegro aún más todavía hoy en día. El libro estaba bellamente encuadernado y contenía muchas láminas iluminadas a colores. Desde hace décadas no veo el libro, pero si tuviese que apostar, diría que contaba con alrededor de 300 páginas. Desde el primer momento que cayó en mis manos de niño de siete años fue fascinación a primera vista. Me lo leí de punta a cabo antes de que comenzara el curso del Primer Grado y después releí algunos capítulos muchas veces. El libro estaba construido como una cadena de relatos que trazaba la ¨historia de salvación¨ de principio a fin, es decir, contenía el Antiguo y el Nuevo Testamento en relatos asequibles a un niño de siete años y en 300 páginas. Realmente un logro extraordinario. Las láminas a colores les añadían a los relatos una vivacidad singular. Todavía, mas de medio siglo después, recuerdo con sorprendente claridad la escena de Judas Macabeo derribando de una lanzada desde abajo a un poderosos elefante con su jinete griego; a Daniel caminando pacíficamente entre los fieros leones; al pobre Lázaro tirado en el suelo suplicando una migaja del rico Epulón; a los mercaderes huyendo y sus mesas llenas de enseres siendo derribadas en el portal del Templo mientras Jesús los increpa; a los fariseos cuestionando a Jesús después de la curación del ciego en Siloam; a los Saduceos juzgando a Jesús al comienzo de la Pasión; a Jesús caminando con los dos discípulos hacia Emaús. En fin, la historia de salvación saltando de las páginas de aquel libro y cobrando vida para mí de una manera cercana, familiar y conectada a mi vida y a mi historia personal. La historia de salvación allí relatada con sencillez le dio a mi vida raíces e hizo del Pueblo de Dios ¨mi pueblo¨ de una manera inmediata y directa. La riqueza que esto significa en la vida de un niño no es fácilmente comunicable, y lo que significó para mi aún lo estoy asimilando.
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En esas páginas aparecieron por primera vez estos personajes peculiares y centrales a toda historia humana, los fariseos y los saduceos. Al principio y por muchos años quedaron reducidos a personajes históricos, propios de un momento determinado, de carácter casi anecdótico. Solamente con el pasar del tiempo y el transcurrir de la vida; solamente con la maduración del espíritu que traen los dolores, los fracasos, los triunfos y el encuentro con la humildad, comencé a descubrir que los fariseos y los saduceos no son solamente personajes históricos limitados a una época o a un momento, sino figuras muy humanas y reales que constantemente aparecen y amenazan con ensombrecer la historia y nuestra propia vida. Descubrí que dentro de mí habitaban fariseos y saduceos (nunca están los unos sin que estén los otros). En el discernimiento de espíritus es muy importante y, a veces, bien difícil, identificarlos y hacerlos objeto de ¨agere contra¨. Son aliados sutiles. Los saduceos nos hablan desde la comodidad, desde la rutina sedosa que hace del poder y del dinero una obvia necesidad en función del bien que realizamos. ¨No es posible llevar a cabo ninguna obra sin dinero¨. Los fariseos nos defienden contra el riesgo de perder la rutina y su comodidad si prestamos atención a la voz del Espíritu que nos sacude y nos llama a territorio desconocido mas allá del dinero y del poder. El Espíritu es siempre libre, siempre nuevo, siempre más allá de las formulas, de la ley, que cuando se desprende del movimiento y de la vitalidad del Espíritu se convierte en letra muerta. Saduceos y fariseos, aliados dentro de nosotros mismos y aliados en la temporalidad de la Iglesia.
Aliados contra el llamado del Vaticano II, contra Francisco, contra Laudato Si, contra Fratelli Tutti, contra la posibilidad de que las personas divorciadas y vueltas a casar puedan acercarse a la Eucaristía, contra una creciente y viva teología moral que nos permita ayudar a los jóvenes, a las mujeres, a las personas ¨LGTBQ¨ a descubrir la presencia de Jesucristo en sus vidas y dejarse tocar por la ternura de su amor.
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Siempre me vienen a la memoria las palabras de Francisco en su original italiano: ¨Dio non ti salva con un decreto, con una lege. Ti salva con su tenderessa, con su caressa, con la vita sua per noi.¨
Recientemente el Papa habló sobre la necesidad, dadas las realidades sociales contemporáneas, de las Uniones Civiles entre personas del mismo sexo, como un espacio en el ámbito público donde defender la dignidad y los derechos fundamentales de estas personas.
Pero, otra vez los fariseos y los saduceos, esta vez con vestimentas sacerdotales o episcopales amenazan con oscurecer la presencia del Espíritu en la Iglesia y en la historia.
Los que tenemos fe vivimos en la Esperanza. Tener fe es como estar enamorado y vivir confiando en la fidelidad de la persona amada. Es vivir esperando el momento de intimidad, de ternura que ilumina toda la vida y hace ligeros todos los pesos y todas las cruces. Para los que vivimos enamorados, en la Esperanza, la vida está llena de sorpresas.
Los fariseos y los saduceos viven en la ley muerta, en el dogma anquilosado, con su confianza y su mirada puesta en el poder y el dinero. Sustituyen el culto al Dios vivo del Amor y de la misericordia infinita por el culto a Mammón.
En Francisco, el Señor nos ha dado un Papa movido por el Espíritu, un Papa que ha abierto de par en par las ventanas de la Iglesia al viento del Espíritu Santo. Los fariseos y los saduceos, como era de esperar, otra vez están escandalizados. Como el gran inquisidor de Dostoievski en los Hermanos Karamazov, desconfían de la inocencia, desconfían del Amor, desconfían de la libertad de la conciencia humana. Ponen su confianza en la ley muerta, en el dogma anquilosado, en la seguridad del dinero y en la estabilidad del poder.
Sin embargo, parafraseando las palabras de San Ignacio a los jesuitas de Zaragoza con cuyo obispo estaban teniendo dificultades, ¨tengan calma, recuerden, el arzobispo de Zaragoza es viejo y la Compañía es moza¨. Habría que decir a los jóvenes, a las mujeres, a los divorciados y vueltos a casar, a los LGBTQ: tengan calma, estos sacerdotes y obispos, estos fariseos y saduceos son viejos y el Espíritu Santo que mueve la Iglesia a través de Francisco es siempre mozo. Dejen que los muertos entierren a sus muertos. ¡Vivan en Esperanza y vivirán sorpresas!
- José Antonio Solís-Silva, Ph.D; Duquesne University Ph.D. in Philosophy; Professor Emeritus Philosophy Department St. John Vianney College Seminary, Chair Philosophy Dept. 1982-2019; Adjunct Professor University of Miami, 1989-2012; Editor Postmodern Notes 1989-2003. Director/Editor El Ignaciano, 2017-Present. Colegio de Belen, Havana 1961.