En este número, a diferencia del número de Junio, no nos concentramos en un tema único, sino que traemos a la atención de nuestros lectores diversos temas de interés. Lorenzo Pérez analiza la relación de la política de libre comercio con el bien común, tema candente dado el desafío al libre comercio que supusieron algunas de las políticas adoptadas por la anterior administración de los Estados Unidos; Frank Castillo nos habla de la importancia de la inculturación para una catequesis efectiva, especialmente en el trabajo con minorías; María Teresa Morgan nos ofrece un bello ensayo sobre Dante en este año en que celebramos su séptimo centenario. Por otra parte, no abandonamos el empeño de ocuparnos de las situaciones de injusticia, de necesidad, de persecución, de desigualdad y de abandono que azotan a tantos de nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo. Antonio Sowers usa un enfoque autobiográfico para resaltar la profunda necesidad de la conversión ecológica que demanda la situación del cambio climático que amenaza a toda la comunidad humana y que es en gran parte resultado de la explotación de la casa común para el beneficio de unos cuantos; Silvia Muñoz nos habla de su labor con los migrantes que, forzados a dejar atrás sus comunidades de origen sufren abandono, necesidades y hasta persecución; Sixto García discute una periferia que Francisco ha querido atender y para lo cual ha encontrado oposición e incomprensión aún en la misma Iglesia, los hombres y mujeres divorciados y vueltos a casar a quiénes se le niega acceso al sacramento de la Eucaristía, y Siro del Castillo continúa con el tema de los migrantes. Por último, la actual situación de nuestros hermanos cubanos amerita la atención de una oportuna reflexión de Sixto García.
Este número del Ignaciano es el primero que publicamos después de los dramáticos eventos ocurridos en Cuba en el pasado mes de Julio y no queremos dejarlos pasar en silencio sin expresar nuestro sentir ante tan grave y dolorosa situación.
Ciertamente los sucesos que tuvieron lugar en Cuba el 11 de Julio próximo pasado han llenado de consternación a todos los cubanos que vivimos fuera de la Isla al igual que a muchas otras personas de buena voluntad que han sido conmovidas por el sufrimiento del pueblo cubano. Es natural que una situación de esta naturaleza, donde el sufrimiento de tantas personas inocentes se hace palpable y cercano, nos afecte profundamente y nos conturbe. Sin embargo, es necesario en momentos como estos, para no dejar que el justificado abatimiento, la indignación o hasta la ira, nos nublen el entendimiento y nos oscurezcan el corazón, el dar un paso atrás, respirar profundo y poniéndonos en presencia de Dios calibrar cuidadosamente la balanza de nuestra voluntad para ordenarla hacia el bien común y hacia el respeto a todos nuestros prójimos, incluyendo aun a aquellos o aquellas que se consideran nuestros enemigos. Esta actitud nos permitirá traer nuestro entendimiento a una perspectiva mas amplia, iluminada por la recta razón y por el sentimiento cristiano.
Queremos que el resto de este editorial sea una reflexión compartida con todos nuestros hermanos cubanos de dentro y fuera de la Isla, y que parta de la orientación que, sobre el conflicto cubano, sabia y cristianamente nos dio el Papa Francisco en 2014.
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En ese año 2014 el Papa Francisco promovió y consiguió una distensión y un reencuentro en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos que acentuó en el 2015 con una visita de cuatro días a Cuba seguida inmediatamente de una visita de varios días a Estados Unidos.
El presidente Obama, en respuesta a la iniciativa del Papa inició una nueva política de apertura hacia Cuba haciendo posible mayor comunicación, levantando algunas restricciones comerciales, permitiendo mayor posibilidad de viajes a Cuba y turismo, estimulando intercambios culturales y abriendo puertas hasta entonces cerradas. El comienzo de este proceso de reencuentro, apertura y diálogo llenó de esperanza a aquellos que, como nosotros, creemos con Francisco, que la mejor forma de conseguir la paz y la justicia es a través del diálogo y el respeto mutuo y que creemos que el bien para Cuba pasa por un proceso de transición paulatina hacia la democracia dirigido y protagonizado por los cubanos en la Isla.
Es verdad, que desgraciadamente, ese proceso que comenzó con gran esperanza se vio interrumpido y, aún mas, revertido por la política de la siguiente Administración que procedió a cerrar puertas, hacer más difícil las comunicaciones y los viajes a Cuba, suprimir los intercambios culturales y dificultar el envío de remesas a Cuba por parte de familiares en los Estados Unidos.
Sin embargo, la responsabilidad por el fracaso de esa iniciativa debe recaer principalmente sobre la incapacidad o falta de voluntad del gobierno cubano para responder a las iniciativas del Papa Francisco y del presidente Obama y para aprovechar las muchas oportunidades que se le ofrecieron para iniciar un proceso de diálogo y evolución en Cuba.
De las cosas mas entristecedoras, entre tantas otras, de los recientes eventos en Cuba es el saber que hubiesen sido evitables si el enfoque del Papa Francisco y la política del presidente Obama hubiesen sido continuadas y desarrolladas y el gobierno de Cuba hubiese aceptado la invitación al dialogo no solamente con los Estados Unidos sino, con su propio pueblo, y hubiese dado comienzo a un proceso evolutivo.
Habiendo reconocido todo lo anterior, es necesario agregar que la reacción del gobierno cubano a las comprensibles y pacíficas protestas y manifestaciones del sufrido pueblo cubano ha sido la reacción de un gobierno dictatorial, totalitario y sordo al sufrimiento de su pueblo. Todos los cubanos que vivimos fuera de Cuba y nosotros, El Ignaciano, queremos y tenemos que expresar nuestra solidaridad con el pueblo cubano y dar testimonio claro y contundente de que condenamos como un crimen contra la humanidad la represión violenta contra manifestaciones y protestas pacíficas en reclamo de derechos legítimos. Esa violencia y represión contra la expresión pacífica de protestas en defensa de derechos legítimos es inexcusable e inaceptable.
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Hecho este reconocimiento, y expresada con claridad y sin ambages nuestra condenación a los actos de violencia represiva, y nuestra solidaridad con el sufrido pueblo cubano, es necesario agregar que nos sumamos al llamado de los obispos cubanos a evitar el escalamiento de este conflicto. Llamamos a la calma y a la serenidad por ambas partes. Llamamos al gobierno cubano a detener la represión y a adoptar una actitud receptiva hacia los reclamos de su pueblo. A abrirse a un proceso de diálogo y a atreverse a reconocer fallos y errores evidentes. Llamamos al pueblo cubano a continuar en la vía pacifica en la expresión de sus legítimos derechos y reclamos, y a insistir en la posibilidad de un proceso de evolución política y económica que conduzca por vías pacíficas hacia la democracia y la paz.
Por último, tenemos que insistir en exigir al gobierno cubano que libere a todos los que están en las cárceles por el mero hecho de ejercer su derecho a manifestarse pacíficamente en reclamo de sus legítimos derechos y en protesta por su situación económica y política. Este es un derecho que reconoce la constitución promulgada recientemente en Cuba y que, por lo tanto, hace del encarcelamiento de aquellos que lo ejercieron, una injusticia aún mayor.
Terminamos esta reflexión compartida volviendo nuestros ojos y nuestro corazón hacia nuestra Madre del Cobre. Le imploramos que renueve nuestros corazones y nos ayude a refrescar nuestra cubanía siempre caracterizada por la alegría, la hermandad y la convivencia fraterna.