Lily H. De León
El Papa Francisco ha hecho un llamado a la Iglesia Universal, para que seamos parte activa del Sínodo sobre la Sinodalidad, emprendiendo un caminar juntos, como Pueblo de Dios, “por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.
Por lo que he podido escuchar en los diferentes espacios en los que me desenvuelvo, para algunos, esto es sólo un invento más de Francisco, ya que, según ellos, la Iglesia no necesita ningún cambio, pues, tanto el clero como el laicado están en donde deben de estar… cada uno en su lugar, unos para dirigir y gobernar y los otros para obedecer. Dicen que, tratar de alterar esos estados, sólo nos llevaría a un desorden que provocaría un caos, que afectaría gravemente los estados de gracia y pecado, autoridad y obediencia conque la Iglesia ha funcionado siempre. Asimismo, hay otro grupo para quienes este tema les es completamente indiferente. Por otro lado, hay personas que, como yo, encontramos en este camino sinodal la gran oportunidad de retomar el vivir verdaderamente a la manera de Cristo, en una Iglesia que escucha, siente, acoge, acompaña, integra, sale al encuentro y se entrega sin prejuicios ni condiciones a quien lo necesita.
Yo veo que la invitación del Papa Francisco es a que retomemos ese caminar juntos que ha estado presente en nuestra vida desde la creación del mundo, que nace de la relación del Creador con su creatura… “En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos.” (DV21- CIC104). A mi entender, eso es Sinodalidad, un encuentro amoroso para conversar. Es entablar un diálogo sincero, en el cual, todos y todas podamos expresarnos abiertamente, sin temores, con sinceridad, con la seguridad de que somos importantes y tomados en cuenta, escuchados con atención, con respeto, con empatía...
San Pablo nos dice: “Ustedes están en Cristo Jesús, y todos son hijos de Dios gracias a la fe. Todos se han revestido de Cristo, pues todos fueron entregados a Cristo por el bautismo. Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús" (Carta a los Gálatas, 3. 26-28); y pienso que, en estos versos se encierra la esencia del llamado que tenemos a la igualdad en Cristo, a la libertad de ser parte activa de la Iglesia y en la Iglesia, la cual, por el sacramento del bautismo nos da a luz como hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas de Cristo, miembros de una sola familia. Por lo tanto, las gracias de ser ‘sacerdote, profeta y rey’ recibidas en el bautismo, son dadas a todos y todas por igual y debemos desarrollarlas de la misma manera.
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Hablar de Sinodalidad es una invitación para volver al primer amor. Sí, volver a Aquel quién es el Amor y que nos amó primero; que nos creó iguales en dignidad y con una preciosa diversidad de dones, caracteres, formas, colores, culturas, pensamientos, idiomas, etc. para que disfrutemos de esa diversidad, la compartamos, nos enriquezcamos, nos ayudemos unos a otros y lleguemos a hacer realidad lo que dice un canto de John Foley, SJ “en nuestra propia diversidad, un Cuerpo somos en el Señor. Obras sin par, dones sin fin, más uno en el Señor”. Caminar sinodalmente, es un convidarnos a vivir como lo hacían los primeros cristianos, en una ‘común-unidad’ en la que todo lo que pasa involucra a toda la comunidad, en la que nada nos es indiferente y todo nos es importante y especial, pues, vemos en cada ser humano a ese Cristo encarnado que habita en cada persona. En sí, el camino sinodal es una llamada a reevaluar nuestro ‘ser familia humana’ que vive bajo la guía y el amparo de la ‘Familia Divina’ -Padre, Hijo y Espíritu Santo-.
La Sinodalidad no es sólo hablar de relación, es también entrar en acción, como dice San Ignacio de Loyola “hay que poner el amor más en las obras que en las palabras”. Esta relación no es trivial ni pasajera, sino, una relación que traspasa las fronteras, los ideales, es un espacio en donde el yo se convierte en nosotros… un nosotros que nos hace salir de sí mismos sin perder nuestra propia identidad ni nuestra esencia, pues, así como mis pensamientos, mi opinión, mis aportes son valiosos; de la misma manera lo son los de las demás personas, aunque no pensemos igual o no estemos de acuerdo.
Sinodalidad es caminar juntos de manera distinta, sin atropellar, sin invadir, sin envidias ni egoísmos, sin que nadie se quede atrás, ni se sienta relegado, olvidado, excluido. Todos y todas yendo en la misma dirección, aunque, a veces, por diferentes veredas, pero, tras el mismo objetivo… buscar, hallar y realizar la Voluntad de Dios para nuestras vidas y la vida de la comunidad.
Respeto la libertad de quienes no están de acuerdo con este proceso sinodal. Sin embargo, a veces me pregunto ¿por qué será que muchos están en contra sin siquiera haberse dado la oportunidad de darle, aunque sea el beneficio de la duda? ¿Será que nuestra experiencia de familia ha sido tan negativa, humanamente hablando, que no logramos visualizarla de manera espiritual? ¿Será que sabemos que alcanzar la meta de caminar juntos necesita de acciones que nos tienen que mover de la frase de “siempre se ha hecho así” y salir de nuestro espacio de confort o de conveniencia? O ¿Será que algunos sienten amenazadas sus posiciones y/o sus pensamientos discriminatorios acerca del papel de personas como: las mujeres y otros grupos excluidos?
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Estoy convencida de que, si queremos que nuestros hijos, nietos y las futuras generaciones se puedan identificar y enamorar de la Iglesia que Jesús enseñó, entonces, esa Iglesia debe mostrar el Rostro de Cristo y que al igual que El, salga a buscar a la oveja perdida hasta encontrarla, salga al encuentro del hijo prodigo que vuelve a casa, no para juzgarlo, condenarlo y excluirlo; sino, para acogerlo, abrazarlo, protegerlo, acompañarlo, consolarlo e integrarlo a la familia. Todo esto lo podremos conseguir sólo si estamos dispuestos a dejar que Dios, que hace las cosas nuevas, nos regale la gracia para poder escuchar y dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para que en nosotros se produzca una conversión de corazones y de mentalidades, para darnos cuenta de que el Kerygma se proclama, se comparte y se vive a plenitud cuando lo aplicamos a las necesidades y a los signos de nuestros tiempos; lo cual nos transformará en hombres y mujeres nuevas en Cristo Jesús y verdadero Pueblo de Dios.
Pidamos a nuestra Santísima Madre María, que nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo y a hacer lo que Jesús nos diga, para que en todo podamos Amar y Servir para la mayor gloria de Dios.
Me gustaría agregar que, escribo desde el punto de ser una laica comprometida con mi familia, con la Iglesia y desde mi ser mujer, hija, hermana, esposa, madre, abuela, compañera, amiga, amante de las cosas de Dios, de su enseñanza, su misericordia, la justicia social y la libertad que, después de la vida, es el regalo más hermoso que el Creador nos ha dado a todos los seres humanos como parte de ese haber sido creados a Su imagen y semejanza, con el más puro Amor; ese amor que no ata, no exige, ni pide nada a cambio, lo entrega todo, ese amor que no pasara jamás.
Comunicadora Social.
Presidenta de la CVX-SFR Comunidades de Vida Cristiana de la Región Sur de Florida y Representante ante la CVX-USA.
Directora del Oficina del Sínodo del Instituto Jesuita Pedro Arrupe IJPA.
Coordinadora del Ministerio de Radio/TV del Centro de Espiritualidad Ignaciana de Miami.
Coordinadora de la Confraternidad de Redes Sociales de la Familia Vicentina Latinoamérica FAVILA.
Miembro de la Comisión de Comunicaciones de la Familia Vicentina Internacional FAMVIN.