Por Emilio Travieso, S.J.*
Hay muchas personas que, en lo hondo de su ser, se descubren atraídas a otras personas del mismo sexo, o que de alguna otra manera no encuentran su lugar en el esquema que propone oficialmente la Iglesia acerca de los temas de sexualidad y género. Hoy en día, esa diversidad de experiencias se resume en las siglas “LGBTQ”. Cuando una persona LGBTQ opta por aceptarse a sí misma, lo hace sabiendo que mucha gente la va a rechazar. Vivir su verdad representa un riesgo enorme.
Por lo general, la Iglesia no ha sabido acoger adecuadamente a estas personas, de manera que se sientan reconocidas y amadas como hijas e hijos de Dios. En muchos casos, la Iglesia ha contribuido más bien a su sufrimiento. Es un tema pendiente para quienes nos damos la tarea de compartir la Buena Noticia del amor gratuito de Dios. Siento que a través de nuestras hermanas y hermanos LGBTQ, Dios nos está invitando, como Iglesia, a un proceso de conversión, camino y contemplación. Es decir, la comunidad LGBTQ nos está evangelizando.
Conversión
Cuando alguien nos deja saber que le hacemos sufrir profundamente, tenemos que revisarnos. A la luz del sufrimiento específico que las actitudes de muchos católicos le causan a las personas LGBTQ, creo que Dios nos invita a una CONVERSION profunda. Para empezar:
- Pongamos el sexo en su lugar. En muchos ambientes de la Iglesia, todavía se reduce toda la moralidad al tema de la sexualidad. Por supuesto que la sexualidad – por ser una dimensión que pasa por nuestra vulnerabilidad – amerita cuidado, para no hacer daño. Pero no olvidemos que Jesús les dio mucha más prioridad a otros temas, y el magisterio reciente de la Iglesia también. ¿Cuándo fue la última vez que nos confesamos por nuestro pecado ecológico?
- Seamos más humildes. Sabemos que hay muchas incoherencias en todos los niveles de la Iglesia. A veces hay actitudes muy contundentes que no corresponden a la realidad vivida. No juzgo: seamos curas o laicas, diáconos u obispos, no dejamos de ser personas necesitadas de misericordia, igual que todo el mundo. Asumir nuestra propia realidad ambigua y compleja con sinceridad nos ayudará a evitar la trampa de la soberbia.
- Y en todo caso, respetemos la dignidad de las personas. Pensemos lo que pensemos, si somos cristianos, no hay excusa ninguna para humillar a ninguna persona por su orientación sexual. Al igual que con el racismo, a veces no nos damos cuenta de lo hiriente que puede resultar un comentario o un chiste homofóbico. Ni de la manera en que esos chistes y esos comentarios acaban creando las condiciones que permiten la violencia real contra muchas personas, por el solo hecho de ser quienes son.
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Camino
Después de la conversión inicial viene el seguimiento a Jesús. Haciendo ese CAMINO, nos vamos contagiando del estilo Jesús, aprendiendo a amar como él. A través de la comunidad LGBTQ, puede ser que Jesús nos esté queriendo ayudar a crecer en ciertas actitudes muy suyas:
- La primera actitud sería escuchar. Escuchar más, antes de seguir hablando. Es verdad que la Iglesia es “experta en humanidad”, pero eso no quiere decir que tenga todas las respuestas para todas las preguntas. La sexualidad humana es un regalo de Dios, y tiene su misterio inagotable. Seguramente el Espíritu Santo todavía tiene cosas nuevas que nos quiere revelar (Jn 16,12-13). Aprendamos de lo que nos cuentan las personas de su experiencia, y sigamos discerniendo a partir de ahí.
- La segunda actitud sería amar y servir. Cuando la gente se le acercaba a Jesús en la calle, o en los banquetes, él no les hacía muchas preguntas. A todas las personas que se le acercaban con sinceridad, Jesús las acogía, las reconocía en su humanidad, las amaba, les servía. Así les compartía la buena noticia del Dios que nos quiere de gratis. Y hacía esto de manera especial con la gente más rechazada, con la gente que otros miraban mal. Con esa gente es que Jesús se sentía en casa; esa es la gente que le decía amigo. No tengamos miedo de hacer lo mismo.
- La tercera actitud sería reconocer tanto bien recibido de tantas personas LGBTQ que forman parte de nuestras familias, de nuestras comunidades y de nuestra Iglesia. Nos dan clases en la escuela, nos atienden en la farmacia, construyen nuestras ciudades y celebran nuestras misas. Son personas que nos quieren, a pesar de que muchas veces les hacemos sufrir por nuestra complicidad con una cultura que les dice que – en una dimensión clave de su identidad – tienen que esconderse, porque no hay lugar para ellas en nuestras familias, ni en nuestra Iglesia. Imaginémonos la felicidad de vivir en comunidades donde nadie tiene que encogerse, y a todo el mundo se le valora por lo que es y por la manera en que pone sus dones al servicio de los demás.
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Contemplación
A medida que nos pongamos en ese camino, ojalá que nos pase como a los discípulos de Emaús: Jesús se puso a caminar con ellos, y les ayudó a entender las Escrituras como nunca antes (Lc 24,13-35). En nuestra CONTEMPLACION de Jesús en el Evangelio, quizás nos empecemos a fijar en algunos detalles que antes pasábamos por alto. Por ejemplo, leyendo los escritos de quienes tienen más recorrido que yo en este camino, a mí se me han abierto los ojos a cosas como estas:
- Las palabras con las que le rezamos a Jesús justo antes de comulgar, “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”, vienen de un centurión romano que se le acercó a Jesús para que le curara a su “criado”, como normalmente lo vemos traducido (Mt 8,8). Sin embargo, la palabra usada en el griego original es pais (joven o muchacho), diferente a la palabra que el mismo Mateo siempre usa, incluso en boca del mismo centurión en el versículo siguiente, para hablar de sirvientes o esclavos, doulos. Algunos estudiosos de la Biblia señalan que en el contexto militar de la época, el significado más obvio de pais se refiere a los soldados o jóvenes con los que convivían sexualmente los centuriones. Los centuriones romanos eran oficiales con alrededor de 80 soldados a su cargo; tenían prohibido casarse con una mujer mientras estuvieran de servicio militar, pero tenían dinero suficiente para mantener a un amante, que además le servía de asistente. Ante este hombre que vivía con otro hombre, Jesús se admira de su fe y le sana a su amado que estaba enfermo (Mt 8,10.13). Luego Jesús simplemente sigue su camino, pero parece que algunos de sus seguidores no supieron cómo digerir el hecho de que una relación homosexual, mal vista por la cultura judía, hiciera parte de la historia de la salvación; los evangelios que se escribieron después de Mateo cambian ciertos detalles del relato, como si fuera para disimular la naturaleza de la relación (Lc 7,2 y Jn 4,46).
- Cuando Jesús envía a sus discípulos a preparar las cosas para su última cena, ellos le preguntan que dónde va a ser la fiesta. Jesús solo les dice que cuando lleguen a Jerusalén, busquen a un hombre que lleva un cántaro de agua, y lo sigan (Mc 14,12-16; Lc 22,7-13). Este hombre sería fácil de reconocer, incluso en medio del bullicio de una ciudad capital en plena fiesta, porque no habría muchos como él: cargar agua era cosa de mujeres. En esa Pascua, lo que normalmente se celebraba como un ritual nacionalista (la Pascua judía es el recuerdo de cuando el pueblo de Israel venció al faraón para ganar su libertad y salir a conquistar la tierra prometida), Jesús la convierte en sacramento del Banquete donde todo el mundo tiene su lugar, empezando por los últimos. Y la puerta de entrada a ese Reino, quien la conoce mejor que nadie es “un tipo raro”.
- El mismo Jesús se salía de los esquemas de sexualidad de su cultura, al no estar casado. Por eso, le habrá tocado aguantar insultos como “eunuco” (un hombre capado, sin testículos), a lo que él respondía: “Seré eunuco, pero lo soy por el Reino. El que no lo quiera entender, problema suyo”. (Según algunos teólogos, de ahí viene Mt 19,11-12.) ¿Será que esta identidad de Jesús, tan diferente a “lo normal”, fue justamente lo que atrajo a él a tantas personas rechazadas que confiaban que él sí las podría entender? ¿Será que esta dimensión de su manera de ser fue justamente lo que les daba el permiso a otras personas a liberarse también de ciertos roles de género impuestos por la sociedad en esa época, como las mujeres andaban con él por la calle en vez de quedarse cuidando sus hogares?
Quizás nos sorprendamos al darnos cuenta de estas cosas que siempre han estado delante de nosotros, pero habían sido invisibilizadas. Y quizás entonces Jesús nos responderá,
“¿No han leído nunca en las Escrituras,
La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular;
fue el Señor quien hizo esto
y es maravilloso a nuestros ojos?” (Mt 21,42).
- Emilio Travieso, SJ es sacerdote jesuita; Co-coordinador del grupo de investigación de la Red Comparte, una red que promueve el desarrollo integral en América Latina; Originario de Miami, ahora vive y trabaja en Wanament, en el nordeste de Haití.