Trabajábamos en la fase final de la edición del número de diciembre de El Ignaciano cuando nos sorprendió la noticia del fallecimiento del Padre Jorge Cela, S.J. Una breve nota del Padre Pantaleón desde Cuba nos informaba de su muerte el 30 de noviembre. Hacía pocas semanas, en la primera semana de noviembre, durante su estancia en Miami, había conversado con él por largo rato. Nunca hubiese pensado que esa conversación sería la última.
Personalmente, me tocó profundamente. Lo conocí en Belén en Cuba cuando ambos éramos escolares. El estaba dos años más adelantado que yo, pero coincidimos en varias excursiones organizadas por el Padre Cipriano Cavero, S.J. director del grupo de los Apostólicos, más tarde los Loyola. Excursiones a Sagua la Grande, a Caibarién y a muchos otros lugares. Todos éramos muchachos de entre12 y 15 años. Yo no era Loyola, pero el Padre Cavero me invitaba a las excursiones, con lo que (ahora) me parece eran intensiones proselitistas. En esas excursiones Jorge se comportaba conmigo como un hermano mayor.
Coincidimos años después en el Belén de Miami, él en su primer año de magisterio, yo cómo profesor laico ¨part time¨ (era senior en la Universidad.). Jorge acababa de terminar sus estudios de filosofía en Alcalá de Henares, yo estudiaba filosofía en la Universidad. Durante ese año pasamos muchas, muchas horas conversando; una gran parte de ellas sobre filosofía, que a ambos nos interesaba. A través de é1 conocí a José Gómez Cafarena, S.J. un extraordinario filosofo español que había sido profesor suyo en Alcalá de Henares. Los escritos de Gómez Cafarena fueron de gran iluminación para mi. Después de ese año cada cual siguió el curso de su vida y nos comunicábamos esporádicamente hasta que, cuando me pidieron que aceptara el trabajo de ser Director/Editor de El Ignaciano, me comuniqué con él y le pedí que colaborara con la revista. Con su acostumbrada generosidad aceptó inmediatamente. Dos artículos suyos aparecieron en El ignaciano.
La Junta Editorial de El Ignaciano, estuvo unánimemente de acuerdo en dedicar este número de diciembre a celebrar la vida de Jorge Cela, este gran jesuita, auténtico sacerdote y cristiano ejemplar.
En nuestra última conversación tuve la satisfacción de decirle algo que llevaba adentro hacía tiempo y, ahora que sé que fue nuestra última conversación, esa satisfacción se convierte en agradecimiento al Señor por haberme permitido decírselo. ¨Jorge, cada vez que has entrado en mi vida has sido fuente de gracia y esperanza. ¨
Da tristeza ver como esta Iglesia Americana actual confunde sus temporalidades, su ¨body politic¨ con su verdadera esencia, su verdadera identidad, que es ser ¨scramentum mundi¨, Ser sacramentum mundi, como nos dice el documento del Concilio Vaticano II de ese mismo nombre, es ser vaso comunicante de la vida de Dios, de su gracia, al Pueblo de Dios al que está llamada a servir. El Papa Francisco ha hablado repetidas veces del pecado eclesial de la auto-referencialidad y el clericalismo que lleva a la Iglesia a dejar que los beneficios a sus ¨temporalidades¨, a su ¨body politic¨ opaquen su verdadera identidad como sacramentun mundi, es decir, opaquen su verdadera misión.
La vida del Padre Jorge Cela, S.J. nos alivia esa tristeza. Su vida es ejemplo de un sacerdocio vivido auténticamente como sembrador de esperanza y sacramentun mundi. Su dedicación a los pobres, a los marginados, a los olvidados, sostenida a través de toda su vida nos devuelve la alegría del Evangelio. Fue un hombre movido por el amor que supo amar a los pobres sin odiar a los ricos, y que comunicó el calor del amor de Dios a todos los que se le acercaban. Conversar con Jorge era sentir alegría y esperanza. Su humildad tan natural, su proximidad, su delicadeza en el trato y su generosidad translucían claramente la presencia de Dios en su corazón.
Cuando nos llegó la nota del Padre Pantaleón comunicando su fallecimiento, y las circunstancias del mismo, me dolió especialmente el saber que había muerto solo, en una habitación que no era la suya y en una casa que no era la de su comunidad. Pasando las horas, poco a poco, fui cayendo en la cuenta de que no era cierto. Jorge no falleció solo. Jesucristo estaba con él, fue a recibirlo y tiernamente lo abrazó y le dijo, ¨Ven bendito de mi Padre y siéntate a mi derecha porque me viste hambriento y me diste de comer, me viste sediento y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste…
Disfruta Jorge, sembrador de esperanza y sacramentun mundi, el merecido abrazo del Señor.
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Este número de El Ignaciano esta dedicado a celebrar su vida. Con poco tiempo y pocos recursos hemos tratado de reunir datos y colaboraciones que constituyan un testimonio de su vida y su obra sacerdotal. Agradecemos de manera especial la contribución del Padre Benjamín Gonzalez Buelta, S.J. gran amigo y compañero de Jorge, que generosamente y con evidente animo de contribuir a esta celebración de su vida nos envió el escrito que aparece primero en la revista bajo el título de ¨In Memoriam¨.