In Memoriam

Jorge Cela: Un jesuita ilustrado con los pobres. 

Por Benjamín González Buelta, S.J. 

1. Los amigos de Jorge Cela fuimos dolorosamente sorprendidos por su muerte en la madrugada del 29 de noviembre, primer domingo de Adviento. Su partida ilustraba la lectura del evangelio de ese día en el que Jesús nos dice que estemos en vela, pues no sabemos si el Señor vendrá al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o en la madrugada” (Mc 13, 35). El Señor encontró a Jorge plenamente vigilante, buscando en la realidad difícil de su pueblo la vida nueva del Reino, que llega para todos sin discriminación ninguna. Se había acostado después de planificar unas reuniones y de trabajar en algunos escritos. 

Las reacciones de reconocimiento aparecieron profusamente, y se mantuvieron durante varios días, en los medios de comunicación y en las redes sociales de la República Dominicana.  Desde la presidencia de la República, juntamente con otros funcionarios relevantes, hasta números periodistas, antropólogos, comunicadores, economistas, militantes de la sociedad civil organizada, trabajadores sociales, exalumnos se sus cursos en la UASD y en el Centro Bonó, todos reconocían una vida luminosa precisamente desde el compromiso de su vida compartida con los más pobres, en los barrios marginados que han venido creciendo al margen del Ozama.  

Muchos recordaban al organizador social de las comunidades en su lucha para exigir unas condiciones de vida justa, reconocían al creador de una nueva visión de la pobreza, una compresión más honda de su cultura, de los mecanismos de exclusión y de las posibilidades que existían en los moradores de esos barrios para la transformación social, a pesar de que ellos tendían a interiorizar su pobreza como incapacidad”. También resaltaban al hombre de visión que colaboró en la fundación de diferentes organizaciones de la sociedad civil, como Copadeba y Ciudad Alternativa, instituciones que no buscan gobernar, sino ser bien gobernados. Muchos recordaban al profesor que enseñaba las ciencias sociales desde la perspectiva y el sabor que venía de su vida cotidiana entre los pobres. Sus palabras no olían a biblioteca, sino a la gente de su barrio. Algunos testimoniaban que habían sido acompañados por él en su formación personal y profesional y se consideraban sus discípulos por la manera de realizar su trabajo y de vivir. Un excelente artículo de Pablo Mella SJ, que ha circulado por las redes, recoge con más profundidad y precisión este aspecto. 

2. Personalmente he recibido durante varios días muchos correos y mensajes que llegaban de personas que forman parte de las comunidades de base y de organizaciones surgidas a su calor. Ellas consideraban al pastor, al hombre cercano que las conocía por su nombre porque había visitado sus casas, compartiendo su café y los desafíos de todos. Se habían sentido cambiados por una práctica pastoral que les había permitido recuperar la palabra, la opinión y la decisión, porque ya estaban convencidos del valor de sus vidas y de la necesidad y fuerza de su compromiso para las transformaciones sociales necesarias.  

También me llegaron comunicaciones desde otros países con los recuerdos que guardan de Jorge, en entrevistas privadas, en encuentros de trabajo de alcance internacional, en todo tipo de seminarios y conferencias. Fue un creador de caminos y de lenguaje que se sentaba en su escritorio llevando dentro los amores, las heridas, las luchas y las celebraciones con los pobres, que se iban transformando en creadores de la vida nueva del Reino. La mano que abría los libros, ya había estrechado antes muchas otras manos que llevaban escritas en la piel historias de hambre, de trabajos duros y de luchas por la dignidad. Jorge había experimentado lo que dice Ignacio de Loyola en su carta a los Padres y Hermanos de Padua (1547): “Quiso Jesucristo elegir todo el santísimo colegio de entre los pobres, y vivir y conversar con ellos (…). Los pobres serán sus asesores”. Muchas horas de contemplación y de escucha fueron la escuela de la novedad que entró configurando su vida. 

Religiosos y religiosas agradecían su capacidad de escucha, su acompañamiento espiritual. Jorge fue un gran conocedor de la espiritualidad ignaciana. Daba regularmente los Ejercicios Espirituales con gran gusto personal y satisfacción de los participantes. La Vida Religiosa de Rep. Dominicana y de Cuba lo recuerdan con gran agradecimiento por su colaboración, crítica y esperanzada, presentada una visión de la vida consagrada profunda, llena de creatividad y de sentido. En estos mensajes agradecían otras dimensiones de la persona de Jorge, menos visibles para los grandes medios de comunicación, que revelan la profundidad de su espiritualidad, en el encuentro con Dios en la realidad marginada en la que vivía, celebraba y se comprometía. 

Los jesuitas lo recordamos también como excelente compañero de comunidad y en su servicio como formador pastoral y académico de los jóvenes jesuitas, como superior de Cuba, y presidente de la Conferencia de Provinciales de América Latina (CPAL). 

Todos estos testimonios confluyen en el mismo punto. Jorge fue un pastor muy cualificado que se entregó al servicio del evangelio con los pobres, entre los ha que ha pasado la mayor parte de su vida, integrando y dinamizando su persona en la espiritualidad ignaciana, que recibió con el don de su vocación. Deseo fijarme en este punto. 

3. El cambio trascendental de su vida, para él y los que compartimos en la misma comunidad, empezó cuando emigramos al barrio marginado de Guachupita. Nosotros planificábamos llevar el Evangelio a los que crecían fuera de la ciudad. En realidad, descubrimos que lo más importante de una inserción no es decidir nosotros asentarnos en un barrio, sino ser acogidos como vecinos. Si no fuésemos acogidos, la inserción hubiese sido una invasión. Y dentro de esa acogida, lo más importante era escuchar, en encuentros verdaderamente humanos. No podíamos volcar nuestros conocimientos teológicos y científicos sobre un espacio vacío, como se rellena un hoyo en la carretera. En ese primer momento comprendimos que estábamos viviendo entre existencias humanas de una calidad sorprendente. La obra del Espíritu nos precedía y desbordaba nuestras teologías, nuestros conocimientos científicos de la realidad y nuestra propia experiencia espiritual. Para comprender la palabra teníamos que dialogarla juntos. Dios ya venía alentando una vida que necesitábamos escuchar con toda reverencia, antes de proclamar el Evangelio de Jesucristo.  

Este es el principio y fundamento sobre el que Jorge empezó a construir su saber sobre el universo de la pobreza. En realidad, sólo extendíamos a los barrios, lo que Ignacio nos propone en la contemplación del Hijo encarnado en el pesebre de Belén: contemplar “haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos en sus necesidades… con todo acatamiento y reverencia posible” (Ej 114). Ignacio nos ha dejado en su Diario Espiritual, cómo experimentaba que, en su relación con Dios, “la humildad, reverencia y acatamiento no debía ser temerosa sino amorosa” (Ej 178). Más adelante nos dice: “después en el día gozándome mucho en acordarme desto, parecerme que no se pararía en esto, más que lo mismo después sería con las criaturas, es a saber humildad amorosa” (DE 179). 

Como antropólogo, nos ofreció un punto de vista privilegiado para reflexionar sobre la realidad que íbamos viviendo, y crear un acercamiento pastoral que respondiese de la mejor manera posible a una porción del pueblo de Dios bastante desconocida. En sus clases en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó, en las conferencias que ofrecía en distintos ambientes, tenía credibilidad y despertaba mucho interés porque hablaba desde el convivir diario y prolongado con los marginados. En sus palabras no sólo sonaba el respeto de las bibliotecas; se acuñaban en el fuego de la convivencia, tenían nombres de personas concretas, de calles recorridas con asiduidad y de los acontecimientos de cada día, que para otros podían ser referencias de un mundo situado fuera de los circuitos, donde se construye el tejido social relevante. Nombres que eran sinónimo de peligro y de exclusión, empezaron a ser leídos como cátedras de realismo. Jorge periódicamente dirigía investigaciones en el Centro Montalvo, que eran recogidas en las primeras páginas de los periódicos, porque revelaban dimensiones desconocidas y porque en ellas se unían el rigor de la ciencia y la confrontación con lo real 

4. Jorge no sólo fue un estudioso de la realidad. El dinamismo de la fe lo conducía a la organización social y al compromiso para crear justicia. La contemplación nos lleva a la implicación, y en muchas ocasiones, nos enfrenta a la complicación con las personas y las instituciones instaladas que ven amenazados sus privilegios, su concepción de la realidad e incluso su imagen de Dios.  

Decía el P. Kolvenbach; “los jesuitas debemos trabajar todos para los pobres, muchos con los pobres y algunos como los pobres”. Jorge vivió varias décadas como los pobres, y de esa experiencia fundamental, aunque no viviese ya en el barrio, trabajo siempre con los pobres y para los pobres, siguiendo en cada momento la misión a la que la Compañía lo llamó en diferentes ocasiones. No fue un hombre áspero ni resentido, como falsamente imaginamos a lo que trabajan con los pobres, sino abierto y cálido para dialogar con toda persona, de cualquier condición social o ideológica, su manera de comprender la realidad y el dinamismo esperanzado del evangelio que nos trajo Jesús.