La Contemplación para alcanzar amor, en Haití

Por  Emilio Travieso, S.J.

En la Contemplación para alcanzar el amor, san Ignacio nos invita a pedir la gracia de “conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir”. El ejercicio consiste en darse cuenta de lo mucho que Dios hace por nosotros, empezando por la creación del universo, y en cómo “habita en las criaturas”, “trabajando y laborando” por nosotros en todas ellas. 

A medida que vamos aprendiendo a apreciar esta generosidad para con nosotros, la idea es que podamos responder con la misma generosidad, “cada uno dando de lo que tiene o puede”. Se repite la misma dinámica varias veces a lo largo de la contemplación, viendo las muchas maneras en que la Vida se nos regala, por ejemplo, a través de la generosidad de tantas personas, para que reflexionemos en cada instancia sobre lo que podemos ofrecer nosotros a modo de agradecimiento. La idea es que vaya calando en nosotros esa actitud de agradecimiento y generosidad, hasta que se convierta en nuestro “modo de proceder”, nuestra manera de caminar, el estilo con el que vamos dejando huella en el mundo.

Les quiero contar una experiencia donde se ve la diferencia que hace cuando vivimos así. Se trata de una comunidad rural cerca de donde vivo en el nordeste de Haití. La comunidad se llama Bedou (se pronuncia “Bedú”) y ahí hay una escuela, que justamente lleva el nombre de san Ignacio de Loyola. La escuela forma parte del movimiento Fe y Alegría, que promueve la educación transformadora, y está confiada a las religiosas de la Compañía de María Nuestra Señora.

Esta región de Haití es famosa por su producción de miel, y da la feliz casualidad que una de las hermanas, Carmen Rodríguez, es una gran apasionada de la apicultura. Hace un año, montó un apiario en el terreno de la escuela. Es una actividad con mucho potencial de desarrollo económico y que genera oportunidades de aprendizaje técnico, pero para la hermana Carmen, esas cosas vienen por añadidura.

Para ella, lo esencial es que las y los jóvenes “conozcan y valoren el importante aporte de las abejas para la vida humana y el medioambiente”, y a raíz de eso, que “establezcan una relación amigable y agradecida con ellas”. En otras palabras, reconocer tanto bien recibido para entrar en la lógica de la amistad, donde se da la generosidad mutua. La hermana Carmen entiende que los demás cambios que queremos ver, tienen que empezar por ahí.

Cualquiera diría que lo que propone la hermana es absurdo. Con tantos problemas que hay en el mundo, ponerse a cultivar la amistad con las criaturas de la naturaleza pareciera una distracción. 

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Por muy bonito y franciscano que sea el sentimiento de cariño por la “hermana abeja”, al fin y al cabo, las abejas no son más que insectos.

Sin embargo, reconocer el aporte de las abejas no es ninguna exageración. Como polinizadoras, las abejas juegan un papel clave en la producción de nuestros alimentos, y también en la protección de la biodiversidad. ¡Y qué triste sería un mundo que no conociera la dulzura de su miel! Aparte, el mundo de las abejas es fascinante, con su organización social sumamente sofisticada, su atención milimétrica a los detalles de la colmena y su trabajo discreto pero potente.

Bueno, dirán los incrédulos, está bien, las abejas son importantes para la ecología e incluso para los seres humanos, ¿pero no es mejor dejarlas quietas? “Ellas allá y yo acá, no me vayan a picar”. Pero lo que pasa es que, en lugar de dejarlas quietas, las hemos estado agrediendo desde hace tiempo. Con nuestra agricultura supuestamente “moderna”, estamos destruyendo la biodiversidad de las flores de las que dependen, envenenando nuestros alimentos con insecticidas y herbicidas que las matan, y desplazando a las comunidades que todavía saben vivir en armonía con ellas y el resto de sus ecosistemas. Por eso es que, en Norteamérica, Europa y China, las abejas están en crisis.

Reconocer el bien que hacen las abejas es también darse cuenta de que están en peligro mortal, y con ellas, está en peligro el futuro de nuestro planeta, el futuro de esos hijos y nietos que tanto queremos. Es darnos cuenta de que todo está conectado. Cuando le hacemos daño a un insecto, nos estamos haciendo daño a nosotros mismos.

Cuando aprendemos, en cambio, a agradecer la Vida que se nos regala en cada criatura, se va despertando la generosidad que vive en nuestros corazones, y – por el mismo hecho de que estamos todos conectados – eso desencadena una dinámica de vida en abundancia. Como aquel niño que ofreció lo poco que tenía, haciendo posible el milagro de que sobrara para todo el mundo, la generosidad en lo pequeño puede repercutir mucho más allá de lo que nos imaginamos. Volvamos al caso de Bedou.

A medida que los muchachos de la escuela aprenden a cuidar las abejas – por ejemplo, han sembrado cientos de árboles para que las abejas puedan elegir las flores que más les gusten – las abejas responden con una buena cosecha de miel. Y ahí entra otra dimensión de aquella generosidad que se desborda por todos lados: los jóvenes hacen todo este trabajo de gratis, para que los ingresos de las ventas de miel ayuden a cubrir los gastos de la escuela. Así, la escuela puede seguir ofreciendo una educación de calidad a todas las familias de la zona, dándole prioridad a las comunidades con menos posibilidades económicas. 

La generosidad no solo provoca una reacción en cadena, sino que también se dan encuentros de generosidades mutuas. Los mayores de la comunidad se han alegrado al ver a los jóvenes tan entusiasmados con la apicultura, que es una práctica con mucha historia en la zona. Por eso, el día de la primera cosecha, se apareció en la escuela un grupo de apicultores adultos, que vinieron a ayudar y a enseñarles a los jóvenes cómo se hace. Fue la manera de iniciarles en la tradición haitiana del “konbit”, donde el trabajo colectivo se hace de manera solidaria. Ya con esa experiencia, los jóvenes quedan capacitados – y convocados – para dar una mano cuando algún otro apicultor los necesite. 

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Los jóvenes han valorado mucho ese gesto, y otros parecidos, de parte de los mayores. Se sienten respetados en la comunidad, herederos de conocimientos ancestrales, y reconocidos como gente con algo que aportar. Ciertamente, el sentido de pertenencia que se va alimentando en estas relaciones dará muchos frutos cuando esos jóvenes tengan más edad. Y desde ya, se han dado la tarea de asegurar que los más pequeños se sientan igual de incluidos: se han pasado el verano poniendo por escrito todo lo que han aprendido, para que los estudiantes nuevos que se inscriben en el club de apicultura puedan ponerse al día e incorporarse al grupo más fácilmente cuando comience el nuevo año escolar. También están haciendo videos pedagógicos, que comparten por YouTube (en su canal, “Loyola Apikilti”) para que otras personas puedan apreciar el mundo de las abejas y aprender las mejores prácticas en el trabajo con ellas.

A medida que estas buenas noticias van llegando de esta esquinita de Haití a otras partes del mundo, empiezan a confluir las generosidades, “cada uno dando de lo que tiene y puede”. Con la donación de un amigo de Puerto Rico, se pudo complementar el apiario con un taller de carpintería para fabricar las colmenas. Así, el dinero se queda circulando en la comunidad, y se van generando nuevos empleos y capacidades. Otro amigo, que nació en Haití y ahora trabaja como químico en Estados Unidos, está ayudando a diseñar la próxima etapa del proyecto, que es transformar el propóleo (otro producto de las abejas, aparte de la miel, que se usa en muchas medicinas) con los controles de calidad que son necesarios para poder exportarlo. Con ese puente entre el apiario y el laboratorio de la escuela, se generan posibilidades de educación científica y de innovación en biotecnología que, al estar íntimamente arraigadas en el ecosistema local, son sumamente interesantes.

A través de otra amiga, profesora del departamento de Desarrollo Internacional de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, se han abierto nuevas posibilidades. Gracias a sus contactos, el grupo de Loyola Apikilti se ha integrado recientemente a la plataforma Educere Alliance, que promueve una educación integral para el bienestar humano y el cuidado del medioambiente. A través de esa plataforma, han empezado a interactuar con otros jóvenes que están haciendo cosas parecidas en Brasil y en la India, de manera que se van multiplicando las fuentes de inspiración y las posibilidades de acción creativa.

En verdad, la hermana Carmen tiene razón. Cultivar la amistad y el agradecimiento – empezando por la relación con lo más pequeñito – resulta ser una magnífica puerta de entrada para llegar a donde reina el Amor gratuito; en cuanto entramos en esa lógica, empieza a brotar la Vida en abundancia por todos lados. Y lo grande es que todo lo que necesitamos para dar a luz a ese mundo nuevo donde nadie se queda fuera, ya lo tenemos dentro de nosotros. Solo hay que despertar en nuestros corazones la capacidad de reconocer tanto bien recibido, para en todo amar y servir.

  • Emilio Travieso, S. J. es jesuita cubano-de-Miami que vive en Haití, y es investigador afiliado a la Red Comparte.