Durante su peregrinación ecuménica a África en los últimos días de enero y los primeros de febrero, de visita en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, el papa Francisco hizo fuertes denuncias sobre la violencia y la explotación de las que ha sido víctima el continente africano.
A continuación, reproducimos una foto y extractos de cómo lo reportaba Religión Digital* en sus ediciones del 2 al 5 de febrero:
Denuncias claras, contundentes, proféticas contra el mundo occidental y las grandes potencias que están esquilmando África y sembrando explotación, destrucción y sangre a raudales. Lo explicó Francisco con la parábola de los diamantes manchados de sangre. Lo escenificó, recibiendo a las víctimas de la guerra del Este de la RDC, que depositaron ante el crucifijo y al lado del Papa los machetes con los que asesinaron a sus familiares.
«Condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar».
«Es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando».
«Tras el colonialismo político, se ha desatado un “colonialismo económico” igualmente esclavizador...El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes. Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca».
«No podemos acostumbrarnos a la sangre que corre en este país desde hace décadas, causando millones de muertos sin que muchos lo sepan. Que se conozca lo que está pasando aquí. Que los procesos de paz que están en marcha, los cuales aliento con todas mis fuerzas, se apoyen en hechos y que se mantengan los compromisos».
Pero los grandes conglomerados mediáticos cubren las denuncias papales con el más absoluto de los silencios. Si acaso y como concesión a la superficialidad reinante, alguna foto con algún grupo congoleño bailando un baile típico del país. Ni siquiera, una breve mención a las imágenes espectaculares de misas con más de un millón de personas o el encuentro con 100.000 jóvenes en el estadio de los Mártires de Kinsasa.
El Papa se despide de Sudán del Sur llamando a «construir todos juntos un futuro reconciliado»:
«Las Bienaventuranzas son la sal de la vida del cristiano; en efecto, llevan a la tierra la sabiduría del cielo; revolucionan los criterios del mundo y del modo habitual de pensar».
«Para ser bienaventurados —es decir, plenamente felices—, no tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos; más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos».
«En el nombre de Jesús, de sus Bienaventuranzas, depongamos las armas del odio y de la venganza para empuñar la oración y la caridad; superemos las antipatías y aversiones que, con el tiempo, se han vuelto crónicas y amenazan con contraponer las tribus y las etnias; aprendamos a poner sobre las heridas la sal del perdón, que quema, pero sana».
«Renunciemos de una vez por todas a responder al mal con el mal, y nos sentiremos bien interiormente; acojámonos y amémonos con sinceridad y generosidad, como Dios hace con nosotros. Cuidemos el bien que tenemos, ¡no nos dejemos corromper por el mal!».
*Religión Digital: www.religiondigital.org