Por Marifeli Pérez-Stable
A principios del siglo XXI, la iglesia católica enfrento una crisis –hasta entonces sumergida en el silencio– por el abuso sexual de menores. El que el centro fuera la Iglesia en Boston presidida por el entonces cardenal Bernard Law, sin duda, subió el perfil de la misma. Law fue una de las personalidades mas influyentes ante los católicos americanos y el Vaticano. Sus obras por los pobres fueron extraordinarias.
No así su trato de los curas pedófilos. El cardenal simplemente los transfería de parroquia en parroquia donde el abuso retomaba su curso. El Papa Juan Pablo II tampoco animo una reforma que pusiera a los menores al centro por encima de los intereses eclesiásticos. Al final, el cardenal fue trasladado a Roma y Juan Pablo II le otorgo la Basílica de Santa María Maggiori, una de las mas importantes de Italia.
El Papa Benedicto XVI fue el primero en asumir la crisis respecto a los curas pedófilos y otros escándalos como los de las finanzas del Vaticano. Si bien estos siguen vigentes, Benedicto XVI no acabo con ellos. Le toco al Papa Francisco tomar las riendas sobre todo de los abusos a los menores y los curas responsables. Esta vez, sin embargo, la crisis es de carácter universal, no solo de Estados Unidos.
A nuestro papa le cuesta trabajo reconocer la profundidad de lo sucedido. No se trata de unos pocos sino de un numero considerable de sacerdotes que hicieron caso omiso de sus responsabilidades ante Dios.
En Estados Unidos no pocos fiscales estatales han procesado a curas olvidadizos de su misión. En estos días se dio a conocer el caso del arzobispo de West Virginia que tampoco escucho a Jesús.
Las mujeres católicas –tengamos o no hijos—somos un recurso clave para la iglesia en este país y para el Vaticano. La defensa de la niñez y la adolescencia son imprescindibles para el desarrollo humano. La pedofilia no tiene cabida en ese proceso.
La iglesia escucha a los hombres con mas facilidad que a las mujeres. La igualdad entre los géneros –hoy ampliamente reconocida— exige que nuestra religión nos escuche y nos incluya en las discusiones. No respetarnos –como le sucedió a la irlandesa Marie Collins, sobreviviente de abuso clerical, que renuncio a la comisión creada en 2017 porque los integrantes no valoraron su sufrimiento— no nos lleva a ninguna parte. Poco después, nuestro papa la invito a regresar a otro grupo.
Manresa es una suerte de oasis. En nuestra casa de la 122 hemos forjado comunidades y fortalecido nuestra fe. Aunque no sea fácil resolver la crisis de la iglesia, nosotras podemos y debemos abrir mas puertas.