Mi experiencia, la democracia y la iglesia católica

Por Antonio García Crews

Mi historia comienza el 10 de marzo de 1952.  Un general llamado Batista se reunía una tarde con otros militares en el campamento más grande de Cuba: Columbia. Sus admiradores lo felicitaban por su éxito en dar un golpe de estado y así romper el ciclo constitucional en Cuba, a sólo 90 días de las elecciones generales.  A los 12 años de edad, pude ver el acontecimiento por televisión y recuerdo que -todavía un niño- aquello me afectó profundamente. 

Columbia está en el municipio de Marianao, La Habana, a pocas cuadras de la casa donde yo vivía en el barrio de Belén.  El presidente constitucional depuesto era Carlos Prío Socarrás, quien no ofreció resistencia alguna y se asiló en una embajada cercana al Palacio Presidencial. 

Comenzaba así un ciclo político que terminaría el 1ro. de enero de 1959 con el derrocamiento de Batista por las guerrillas armadas dirigidas por Fidel Castro.

El 13 de marzo de 1957, estaba yo en quinto año de bachillerato en el Colegio de Belén y hubo un asalto al Palacio Presidencial con intento de asesinar al general Batista, pero fracasó.  El líder de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), José Antonio Echevarría, joven de 23 años y estudiante de arquitectura, murió durante ese evento después de asaltar una muy escuchada estación de radio e informar por ese medio que Batista había muerto. Fue un error, pues el ataque a palacio terminó mal y José Antonio fue balaceado poco después ese día frente a la universidad.  Por coincidencia, yo estaba escuchando la radio en ese momento y pude oír su voz, en vivo.  Corrí entonces por la escuela anunciando a todos que Batista había muerto.  Desde allí, pudimos ver los tanques del ejército batistiano que se dirigían al palacio.

Al conocerse la muerte de José Antonio, el líder estudiantil, los de quinto año declaramos una huelga solidaria por él, le dedicamos una misa y no asistimos a clase el día siguiente.  Nuestra graduación de bachillerato en junio fue triste. 

En septiembre de 1957, comencé a estudiar la Licenciatura en Economía en la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva, en las afueras de La Habana.  Todos mis amigos estaban en contra de la dictadura de Batista y a favor de la democracia en Cuba.  También, me uní a la Agrupación Católica Universitaria (ACU).  Había una conciencia generalizada en contra del dictador Batista. Pocos días antes del 1° de enero de 1959, cuatro miembros de la ACU que iban a unirse a las guerrillas en Pinar del Río fueron capturados, torturados y asesinados por el ejército de Batista.  Entre ellos, mi muy querido amigo Julián Martínez Inclán, compañero del curso 1957 en Belén. 

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Llegó el 1° de enero de 1959 y recibimos con gran alegría la derrota de Batista. 

En Columbia, Castro declaró que habría elecciones generales en tres meses.  

Yo me uní al grupo que surgió en la ACU, que llamamos los Comandos Rurales.  Fuimos a enseñar a los campesinos de la Sierra Maestra, en la provincia de Oriente; esa fue mi participación en los primeros meses de la revolución triunfante.

En noviembre de 1959, participé en el Congreso de Juventudes Latinoamericanas en Chile y tuve la oportunidad de hablar con Eduardo Frei, quien más adelante fue el primer presidente demócrata-cristiano de América Latina.  También conocí a Jaime Castillo, el gran teórico del partido.  Ellos me ofrecieron sus ideas sobre cómo podríamos crear un partido demócrata-cristiano en Cuba. 

Pero esa posibilidad se cerró claramente en febrero de 1960: Anastas Mikoyan, entonces ministro en la Unión Soviética, fue invitado por Castro a visitar Cuba.  Como respuesta, el estudiantado organizó una manifestación en el Parque Central.  Yo participé en dicho acto patriótico del 5 de febrero, por lo cual pasé un día preso con otros compañeros. 

La ilusión de una revolución democrática había terminado… comenzaba la instauración de la noche totalitaria que hasta hoy sufre el pueblo cubano.

La Iglesia Católica cubana
Muchos fueron los católicos que lucharon contra Batista por una Cuba democrática y también los sacerdotes que los ampararon en sus dificultades.  Baste mencionar a Monseñor Pérez Serantes en Santiago de Cuba, y Monseñor Eduardo Boza Masvidal en La Habana.  Asimismo, la Iglesia cubana sufrió los abusos del régimen castrista, empeñado durante décadas en desaparecer las raíces cristianas de nuestro pueblo.  Una vez más, sacerdotes como Monseñor Fernando Azcárate hicieron lo que pudieron por ayudar a los más sufrientes.

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Mi experiencia y conciencia democráticas se formaron en los tiempos que me tocaron vivir. El año 1960 fue crucial para mí.   En Europa, después de la II Guerra Mundial, surgieron los partidos demócrata-cristianos, después de lograr éxitos en Alemania e Italia.  Muchos católicos participaron, tomando las ideas de Jacques Maritain.  Comencé a leer y estudiar sus libros, el primero: Humanismo integral.

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Perdí la esperanza en que a Cuba se le podía liberar del totalitarismo por medios democráticos no-violentos.  Decidí alzarme con las guerrillas anti-castristas que comenzaban a organizarse en las montañas de El Escambray.  Fui capturado por la Seguridad del Estado de Cuba cuando intentaba llegar allí el 24 de noviembre de 1960, gracias a un «compañero» que me delató.  Comenzó así una horrible pesadilla para mí y para mis padres que duró hasta el 8 de septiembre de 1976, 16 años después. 

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Dios me dio la gracia de encontrar en el presidio a muchos compañeros católicos como yo.  Juntos, pudimos estudiar -entre otras cosas- la doctrina social de la Iglesia y los documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965).  Durante esta etapa ocurrieron la crisis de octubre (1962), la conferencia católica para América Latina CELAM (1968) , y las manifestaciones estudiantiles a lo largo de ese mismo año.  Tuvimos la oportunidad de estudiar la obra del Padre Lebret, que fue el fundador del Instituto de Economía y Humanismo, de gran influencia mundial.  Conocí a uno de sus miembros, el economista Jacques Chonchol, quien fue después ministro de Agricultura durante el gobierno de Allende en Chile.  En 1966, recibí el libro La aparición del hombre, escrito por Teilhard de Chardin, S.J. Su lectura fue reveladora para mí y para un grupo de compañeros que permanecíamos en los calabozos de La Cabaña en La Habana.

Todo esto provocó cambios indelebles para el mundo occidental.  Cuba parecía indiferente a lo que pasaba en otros lugares, pero nombraron un nuevo ministro del Interior que hizo cambios positivos para los presos políticos.  Gracias a esto, me permitieron salir por unas horas a visitar a mi padre, muy enfermo; y, poco a poco, las autorizaciones y visitas fueron por algunos fines de semana. Así que pude casarme en la iglesia de Corpus Christi y conocer a mi primer hijo.

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Cuando salí definitivamente de la cárcel junto con muchos compañeros –bajo «libertad condicional»– el 8 de septiembre de 1976, me di cuenta de que vivía en un mundo distinto.  El sistema totalitario estaba ya tan establecido y en plena impunidad que la población aparentemente lo tenía por inevitable e inescapable. Decidí regresar a los Estados Unidos con mi nueva familia y mi madre, quien sobrevivió a 16 años de sufrimiento.  El 30 de agosto de 1979, llegamos a Miami.

Pronto, pude votar por primera vez en mi vida –dolorosamente, fuera de la tierra que me vio nacer– en elecciones libres, en una democracia.  Voté por Jimmy Carter, gracias a quien muchos presos políticos pudimos llegar a tierras de libertad.  Después, pude experimentar una sucesión democrática de poder con la elección de Ronald Reagan.

Me parecía un sueño hecho realidad, y desde entonces puedo vivir de cerca el funcionamiento de una democracia y enseñar a mis hijos la importancia de mantenerla.  Mientras tanto, también me mantengo informado de una Cuba que se hunde cada vez más en un abismo y me cabe la satisfacción de saber que hice lo que pude, y de que mis hijos, ya adultos, hayan podido decirme: «Gracias, papi, por sacarnos de todo aquello».

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Pude estudiar Derecho en la Universidad de Miami.  Allí me impartieron en profundidad el conocimiento de la Constitución de los Estados Unidos, inspiración y base del sistema legal de este gran país.  Aprendí el poder de unas elecciones honestas y el valor patriótico que implica la aceptación de sus resultados y la entrega del poder al sucesor escogido para el siguiente período.  Ya no tienen sentido los derrocamientos violentos.   «La violencia genera violencia» – enseñanza cristiana que nos ampara.

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El Concilio Vaticano II - Una iglesia universal
La lectura y estudio de los documentos conciliares durante los años en presidio fue uno de los factores principales en la conformación de mi conciencia sobre la participación de los católicos en política para la defensa de la democracia.

Años después de concluir el Concilio Vaticano II (1965), uno de sus grandes gestores, Karl Rahner, S.J., consideró que este concilio representaba el comienzo de una tercera etapa en la historia de la Iglesia Católica universal.  

El Vaticano II probó ser un punto de inflexión:  el espíritu general y la dinámica de la mayoría de los padres conciliares, como se refleja en los documentos Gaudium et Spes y Dignitate Humana –aunque siempre cautelosos en aclarar que la Iglesia nunca está casada con ningún sistema político–, era que la democracia es el sistema social y político que se adapta mejor a la misión de la Iglesia como testigo del evangelio de justicia y compasión.

John Courtney Murray, S.J., tuvo una gran influencia en la Declaración sobre la libertad religiosa (Dignitates Humanis).   Quisiera mencionar un evento decisivo en la transformación de la Iglesia hacia la democracia política:  de acuerdo con el autor Jonathan Kwitny en su libro Man of the Century, antes de la primera visita del papa Juan Pablo II a Polonia en junio de 1979, el secretario general del Partido de la Unión Soviética, Leonid Brezniev, hizo una llamada telefónica al secretario del Partido Comunista de Polonia, Gierek, pidiéndole no invitar a Juan Pablo a visitar Polonia. 

 La respuesta de Gierek fue: «¿Cómo no puedo yo recibir al papa polaco? ¿Qué le podría decir yo al pueblo?».  Brezniev le contestó: «Hagan lo que ustedes quieran; espero que su partido no se arrepienta después», y colgó abruptamente.

Juan Pablo llegó a Polonia en junio de 1979, el domingo de la Trinidad, y fue recibido por todo el pueblo polaco. Su visita estimuló posteriormente la creación del movimiento Solidaridad ,  dirigido por Lech Walesa. Después de mucha lucha, este movimiento logró por primera vez en un país comunista ser reconocido legalmente.

La visita de Juan Pablo y los acontecimientos posteriores fueron como un alfiler introducido en el globo totalitario europeo que comenzó a perder aire hasta que explotó en 1989. 

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En América Latina, hemos tenido el ejemplo de san Oscar Romero y el de los jesuitas de El Salvador que murieron defendiendo la democracia.  En Cuba, la Iglesia Católica, después de la visita de Juan Pablo II en 1998, ha crecido considerablemente.  Tuve la oportunidad de confirmar lo anterior durante mi visita a Cuba en febrero del 2020 al visitar al Padre Jorge Cela, S.J. en la iglesia del Sagrado Corazón de Reina, quien me guió a todas las actividades religiosas, sociales y caritativas que allí se desarrollan.

Hoy, en los Estados Unidos, vivimos una crisis de la democracia desde el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.  Evidentemente, fue un intento de golpe de Estado en aquel momento de traspaso del poder, así como una violación a la Constitución y al respeto a la democracia. 

Como dijo una vez Winston Churchill: «La democracia es, de todos los sistemas de gobierno posibles, el menos malo».  Yo creo que hay que cuidarla y regarla constantemente: «Para que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca nunca de la faz de la tierra» (Abraham Lincoln).

Antonio García-Crews, JD (University of Miami, ´89) abogado de inmigración desde 1992. Es miembro del International Thomas Merton Society y es miembro de la Tercera Orden de San Francisco