Es esbelta y delgada, con ancha frente sobre la que cae la curva de la toca. Tiene los ojos grandes, la nariz fina y delgados los labios. Sentada junto al escritorio, lleva un escapulario negro y ancho sobre el que se desliza el largo rosario de gruesas cuentas. El hábito, de amplia tela blanca, le cubre casi toda la mano derecha, dejando solo visibles los dedos que descansan sobre un libro. Esta es una imagen de 1750 de sor Juana Inés de la Cruz, que nos ha dejado el pintor mexicano Miguel Cabrera.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez nace el 12 de Noviembre de 1651 en San Miguel Nepantla, México, en momentos en que e1 país vive la época virreinal. Es el siglo XVII, y continúa en las Américas la etapa de la evangelización y edificación. Es tiempo de arquitectos y albañiles; de ciudades, conventos, iglesias y hospitales. El poder político y militar es español; el económico es criollo, y el religioso se reparte entre los dos.
La cultura de la Nueva España en esta ápoca es ante todo una cultura verbal: el púlpito, la cátedra y la tertulia. Minoritaria, académica y religiosa, la literatura es escrita por hombres y para ser leída por ellos, aunque hubo excepciones como son 1os poemas de María Estrada de Medinilla (1640)[1]. Pero ni la universidad, ni los colegios de enseñanza superior estaban abiertos a la mujer. La única oportunidad que ésta tenía de entrar en el mundo de la cultura era, citando a Octavio Paz, “deslizándose por la puerta entreabierta de la Corte y de la Iglesia”.
Se publican pocos libros, y casi todos son de temas religiosos. Por eso es verdaderamente sorprendente que el escritor más importante de la Nueva España haya sido una mujer: sor Juana Inés de la Cruz. Pocos escritores, y mucho menos mujeres, han disfrutado en este mundo de la fama que gozó sor Juana, ya que sus obras fueron conocidas, aclamadas y editadas durante su vida. Pero hablemos de sor Juana.
Desde edad temprana demuestra su interés por las letras. Cuando aún balbucea, ya quiere saberlo todo, y ella misma dice: “No había cumplido los tres años de mi edad, cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que le enseñase a leer en una de las que llaman amigas[2], me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que le daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando a la maestra le dije que mi madre ordenaba me diese lección…”. Por entonces oyó 1a niña Juana que en la ciudad de México había un lugar famoso en donde los muchachos y las muchachas no hacían otra cosa que leer y estudiar. Pidió entonces que la vistieran de hombre y la llevaran a la universidad. Pero cuando no le permitieron eso, se desquitó leyendo todos los libros de la biblioteca de su abuelo.
A los seis o siete años ya escribe, lee y hace labores, y a 1os 13 años se muda a la capital cuando el Marqués de Mancera le abre las puertas de palacio. A1 verla tan versada, los canónigos, los teólogos y los eruditos de la Universidad, tratan de bajarle los humos y cortarle las alas. Consideran un entrometimiento que una mujer hable de cosas sagradas y que opine sobre asuntos de envergadura. El virrey quiere desvalorizar el prestigio de Juana Inés y reúne en Palacio a cuantos hombres ilustrados hay para someterla a un examen académico profundo. Ella los va desarmando a todos uno a uno y poco a poco, saliendo victoriosa de la prueba.
En la Corte comienza para Juana una vida de fiestas y de damas venidas de Europa. Dicen que por entonces tuvo romances con algún cortesano, y ella misma escribe: “En dos partes dividida/tengo el alma en confusión, / una, esclava a la pasión, /y otra, a la razón medida. /Guerra civil encendida, /aflige el pecho importuna:/quiere vencer cada una /y entre fortunas tan varias, /morirán ambas contrarias, /pero vencerá ninguna”. Sobre aquellos rumores de romances Menéndez y Pelayo observa: “Es verdad que no hay más indicio que sus propios versos, pero estos hablan con tal elocuencia, y con voces tales de pasión sincera y ma1 correspondida o torpemente burlada, que solo quien no esté acostumbrado a distinguir el legítimo acento de la emoción lírica, podrá creer que se escribieron por pasatiempo de sociedad o para expresar afectos ajenos… Aquellos celos son verdaderos celos”.
Pero todo indicaba que Juana Inés y sus admiradores se movían en diferentes niveles: ella los busca espirituales, mientras que ellos la encontraba quizás muy pura, o tal vez, ¿demasiado intelectual? Ella es muy bella, pero tal vez más bella por dentro que por fuera, y a ningún admirador le interesa aquella estampa interior.
Un buen día, cuando tenía 15 años de edad, anuncia que entra en e1 Convento de las Descalzas. Probablemente sus pretendientes y amigos se quedaron perplejos ante aquella noticia. ¿Cómo iba a ser posible que una muchacha como ella malgastara su vida tras las paredes de un convento? Y es que Juana Inés poseía un espíritu tan superior al de las muchachas de su época, que resultaba absurdo pensar que ningunas motivaciones negativas la indujeran a recluirse en el convento. Con su afición por las letras y a la cultura en general, e1 convento era 1o más cercano a los templos del saber, cuyas puertas estaban cerradas y prohibidas a las mujeres.
Para Gabriela Mistral entrar de religiosa no fue “sino un gesto como el de quien desecha una masa viscosa, el mundo, por denso y brutal; y pone sus pies sobre esa piedra blanca y pura de un convento”. Juana se apartó del mundo por tener mucha sensibilidad. Pero antes del año tiene que salir del Convento de 1as Descalzas pues su resistencia física no soporta la severidad de la regla. Al poco tiempo, el 24 de Febrero de 1669, a la edad de 17 años entra en el Convento de San Jerónimo, y profesa al año siguiente. Allí permanecerá hasta su muerte.
En esa época los conventos mexicanos no eran solo de plegarias y sacrificios, sino que, como escribió Amado Nervo en su biografía de la monja, “el rumor del mundo entraba muy dentro de 1as celdas, convertidas a menudo en salones literarios, cenáculos de cultura en los cuales se reunía 1o mejor de la sociedad colonial”. En las Descalzas lo que ella busca no son mortificaciones, sino estudio.
Cuando contemplamos los retratos de sor Juana en la Galería Histórica de1 Museo de México, esta no aparece en una celda desnuda, teniendo por solo adorno un crucifijo y una cama. No está tampoco arrodillada en el reclinatorio. Aparece sentada cómodamente en una butaca, y detrás hay una amplia biblioteca con folios y archivos de amarillento pergamino. Todo aquello se lo ha leído la monja; allí está su mundo. Allí vive feliz pues permanece en contacto continuo con Valdivieso, Lope de Vega, Góngora, Garcilaso y Quevedo. Sabe y lee latín y ta1 vez portugués, y hay quien dice que también conocía el italiano. Se ha leído a Virgilio, Horacio, Ovidio y Lucano; Plinio el Viejo, Cicerón y Séneca. De temas religiosos conoce muy bien a San Agustín, Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús, San Antonio, Santo Tomás y San Juan de la Cruz. sor Juana está haciendo historia, porque allí en su celda se inicia una época de oro en 1a cultura novohispana, cuando acuden a visitarla damas y caballeros de la alta aristocracia mexicana; son los teólogos y poetas; los estudiantes y los músicos; los mecenas y gobernantes; astrónomos y exploradores, y también algunos literatos.
Para Juana no todo es tertulia y parloteo. También en el convento es la profunda vigilante del silencio de la noche. Tiene necesidad de buscar un lugar tranquilo y de volver la espalda a todo para internarse en los caminos de la vida mística, que es para ella tesoro inagotable. En esas horas de sosiego es cuando puede entrar de verdad en su personalidad: “Nocturna más no funesta/de noche mi pluma escribe, /pues para dar alabanzas, hora de laudes elige”. Así se nos presentan dos Juanas: la Juana de día, y la Juana de noche. Y no 1o dudemos: la de la noche es mejor que la del día, aunque las dos son genios. La de día es simpática, abierta, escribe comedias y décimas; compone música, discute con 1os cortesanos y canónigos. La de la noche es soñadora, romántica, y hurga en su complicado mundo interior. Ora y medita; reflexiona y se eleva.
Pero no fueron las letras su única pasión. Buscaba y estudiaba la realidad, y la física la atraía. De ahí el pasaje del trompo en e1 suelo sobre el que manda a echar harina para observar la trayectoria que recorre. Tiene también en su celda instrumentos astronómicos y musicales. Le fascina el rumbo de los cometas, y discute sobre astronomía y de los estudios realizados por el Padre Kino[3]. También se especula que pintaba, y que uno de los retratos que tenemos de ella salió de su propio pincel.
Entre 1as actividades que le daban renombre al Convento de San Jerónimo estaba la enseñanza de la música. El Padre Calleja, biógrafo de la religiosa, relata que en e1 convento sor Juana era maestra de solfeo y música, que intervenía en las representaciones musicales que allí se celebraban, y que también había diseñado un método para enseñarla y transmitirla que lo llamó El Caracol.
Los críticos opinan que de 1o mejor que compuso fueron sus villancicos compuestos en portugués, latín, azteca y castellano. Son estos villancicos una forma de poesía cuasi-litúrgica, que entre los siglos XVII y XVIII se utilizaban para solemnizar las fiestas religiosas. sor Juana hace que intervengan en ellos elementos españoles, mexicanos y criollos.
Aparentemente todo marchaba sobre ruedas para sor Juana cuando un buen día una madre superiora comenzó a perder la paciencia con ella al ver la inclinación de Juana por los libros. Le dice esta: “Los libros, o son cosa de1 diablo, o de la Inquisición”. Pero sor Juana se defiende, y la madre superiora se desespera y acude a1 obispo. Con esto todo se complica todo aún más cuando el Arzobispo, don Payo Enríquez, que estimaba a Juana Inés, tomó aquella carta y escribió a1 margen: “Pruebe la querellante lo contrario y se hará justicia”. Aunque se trata de defender, se le ordena que cierre los libros. “Yo 1a obedecí (unos tres meses), relata irónicamente sor Juana. “[…] Como no caía debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios creó, […] nada sacan con confinarme a la cocina, pues en cualquier parte mi mente es libre y puedo aprender hasta guisando, que mucho más hubiera aprendido Aristóteles si hubiera cocinado”, dice la monja sarcásticamente.
La poesía fue el género literario preferido por sor Juana y en ella vemos reflejada su inspiración en escritores como Góngora y Calderón de la Barca. “Yo no estimo tesoros ni riquezas, /y así siempre me causa más contento/ poner riquezas en mi pensamiento, /que no mi pensamiento en las riquezas, /teniendo por mejor, en mis verdades, /consumir vanidades de la vida, /que consumir la vida en vanidades”. Con estos versos ya vemos la calidad y el estilo de una mujer intelectual.
A1 criticar a los hombres de la misma manera en que ellos atacan a las mujeres, sor Juana los culpa por la falta de armonía que existe en las relaciones entre los sexos, y defiende la posición de la mujer. “Cuanto más tratan las mujeres de agradar a los hombres, más difícil esto resulta, ya que las mujeres que mantienen su distancia son consideradas crueles, y aquellas que son afectuosas, son consideradas fáciles”.
Dice sor Juana en un poema: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis, /dan vuestras amantes penas a sus libertades alas/y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. /Cual mayor culpa ha tenido/en una pasión errada:/la que cae de rogada/o cual es más de culpar/aunque cualquiera mal haga; /la que peca por la paga/o el que paga por pecar?” Este poema fue un comienzo. “Por primera vez en la historia, dice Octavio Paz, una mujer habla en nombre propio, defiende a su sexo y, gracias a su inteligencia, usando las mismas armas que sus detractores, acusa a los hombres de los mismos vicios que ellos achacan a las mujeres”. En esto sor Juana se adelanta a su tiempo casi 300 años.
Desde antaño existía una larga amistad entre sor Juana Inés y el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. Admirador de la poetisa, el obispo le había encargado unos villancicos para las fiestas celebradas en la catedral de su ciudad, y también aprovechaba cada visita a la capital para ir al locutorio de San Jerónimo a conversar con su amiga. Enemigo de los jesuitas, quizás el obispo trajo a colación en una de sus charlas la cuestión de que ella debería escribir una carta a1 Padre Vieyra, jesuita portugués, considerado uno de los grandes oradores de aquel siglo. La carta que sor Juana redacta a1 Padre Vieyra es una crítica a un sermón del Mandato, o prédica del Jueves Santo. Allí ella le hace aclaraciones y comentarios personales sobre el sermón: “no es ligero castigo, a quien creyó que no había hombre que se atreviese a responderle, ver que se atreve una mujer ignorante, en quien es tan ajeno este género de estudio, y tan distante de su sexo; pero también lo era de Judit el manejo de las armas, y de Débora la judicatura”. Son estas grandes declaraciones feministas más sorprendentes aun viniendo de una monja del siglo XVII.
Esta carta fue precedida por otra dirigida a sor Juana escrita por una sor Filotea de la Cruz, que no era sino e1 mismo obispo de Puebla. En esta carta sor Filotea adula a Juana por la excelente prosa, pero a su vez le recuerda que “letras que engendran la elación, no las quiere Dios en la mujer”. En realidad, lo que sor Filotea (el obispo) quiere no es que Juana deje los libros, sino que “mude el genio leyendo alguna vez el [libro] de Jesucristo… mucho ha gastado en estudios y poetas… y ciencia, que no alumbra para salvarse; Dios la califica de necedad. ”
En un documento que sor Juana envía a sor Filotea conocido como la Respuesta a sor Filotea de 1a Cruz, sor Juana proclama el derecho de la mujer a1 estudio. Alfonso Reyes[4]afirma que la Respuesta a Sor Filotea es uno de los grandes documentos humanos de la literatura universal. De acuerdo a otros críticos, la carta es la presentación más audaz del deseo de sor Juana de forjar una nueva imagen para las mujeres latinoamericanas, y su intención trasciende el tiempo y se extiende más allá de las fronteras nacionales.
Después de este episodio, el obispo Fernández de Santa Cruz le ordena: “Si sor Juana lo que pretende es meterse en hondura teológica, deje los libros profanos, deje las letras, deje los versos y la música y las ciencias, y prepare su alma”. sor Juana se desplomó como si le hubieran arrancado el alma, y se vio completamente sola. El ataque de sus amigos fue lo que más le dolió a la religiosa, porque desarrollaban una campaña para hacerla abandonar el mundo. El desenlace final fue la entrega de sus bienes y su biblioteca, que según e1 Padre Calleja pasaba de 4,000 volúmenes, y que se pasara las noches en penitencia. Llama la atención que cuando se vende todo lo que tiene, reserva para sí solo “tres libritos de oración, y muchos cilicios y disciplinas”. Luego vino el silencio en los pocos años de vida que le quedaban.
No escribió más; no compuso más; no se carteó más con las grandes personalidades de la época. Lo regaló todo a los pobres y se calló. Y curando a las enfermas de peste en el convento, terminó con su vida a los 44 años de edad.
Han transcurrido más de 300 años desde la muerte de sor Juana, y la fascinación por su vida y sus obras continúa, habiéndose producido varios volúmenes de crítica literaria en torno a ella. Marcelino Menéndez y Pelayo fue el primero en realizar una revalorización de los escritos de sor Juana Inés y afirmó que en el siglo XVII la aparición de la monja tuvo “mucho de sobrenatural y de extraordinario”.
En los últimos años la crítica ha experimentado un cambio motivado por el interés que hay en la literatura colonial y el crecimiento del movimiento feminista. sor Juana es vista ahora con frecuencia como la primera feminista americana de la historia, y el primer espíritu verdaderamente libre y rebelde de nuestro mundo Hispanoamericano. La poetisa cubana, Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1993, en su discurso de ingreso en la Academia Nacional de Artes y Letras de su país en 1951, al tratar sobre las poetisas de América, desarrolló una excelente descripción del alma tan especial de sor Juana Inés.
La escritora cubana, Anita Arroyo, afirma que sor Juana fue una “excepcional mujer quien proclama en el México virreinal, absolutista y anquilosado, el derecho a la libre expresión de1 pensamiento, y que la mujer se eduque y cultive del mismo modo que el hombre”. Y continua Arroyo: “una mujer que se atreve a comentar de astronomía con un célebre astrónomo de su época, y que tiene el coraje de criticar un sermón de un padre jesuita considerado el mejor orador sagrado de su tiempo, que realiza el primer documento que proclama en América la libertad del pensamiento y e1 derecho a la creación artística es, sin dudas, un ser superior”.
Doscientos años antes de que el sacerdote y filósofo, el Venerable Félix Varela y Morales en Cuba, y cien años antes que Díaz de Gamarra en México se levantaran contra el escolasticismo rígido y anquilosado, esta genial mujer allá en la corte virreina1, se adelantaba al pensamiento científico moderno.
Sor Juana no fue solo una escritora, o una religiosa, ni tan solo una mujer sabia. En aquella época ninguna voz fue más clara y potente que la de esta mujer. No interesa tanto sor Juana por lo que fue, o por 1o que hizo, sino por 1o que quiso ser y por lo que podría haber llegado a ser. Su drama estriba en las peripecias entre su ser y su querer; entre su voluntad y 1os obstáculos que el mundo en que vivía le fue poniendo por delante. Si se analiza su vida desde el punto literario, en sus veintiséis años en el convento, pudo haber escrito mucho más, pero no fue así. Tampoco fue considerada buena religiosa. Ni sus superiores, ni su confesor, ni e1 obispo de Puebla, ni tan siquiera ella misma, estuvieron contentos con su proceder, pues no tuvo un alma religiosa. ¿Qué quiso entonces ser sor Juana? Un investigador ha dicho en un estudio que hay criaturas que nacen adelantadas o retrasadas a su tiempo; que vienen al mundo antes de que haya sonado la hora adecuada a su modo de ser o, por el contrario, siglos después de aquel tiempo que hubiera sido el más apropiado para realizarse totalmente. Estos son 1os llamados “extemporáneos”. Viven físicamente en su tiempo, pero espiritualmente fuera de él. Este es el caso de sor Juana Inés de 1a Cruz. Su existencia fue, en el fondo, una desesperada lucha por adaptar su vocación espiritual con su vocación por el saber. Fue un caso trágico por las circunstancias de tiempo, sexo y lugar en el que le tocó vivir.
Por la singularidad de su trayectoria y por los episodios que componen su vida, sor Juana Inés de la Cruz será siempre interesante. Bien pudiéramos hoy repetir 1as palabras de su contemporáneo y gran amigo, Carlos de Sigüenza y Góngora[5], quien declaró que “deberíamos aplaudir las excelentes obras de raro talento de la Madre sor Juana Inés de la Cruz, cuya fama y nombre solo terminarán con el mundo”.
[1]Era natural de México; tal vez fuera nieta de Pedro de Medinilla, regidor y diputado en el Ayuntamiento del D.F., de 1546 a 1558. Escritora eminente durante el virreinato.
[2]Amigas eran las señoras que educaban a las niñas en principios de moral, catecismo, lectura y escritura. Existían en toda la América Hispana.
[3]Eusebio Francisco Kino, (1645-1711) misionero, explorador, cartógrafo, geógrafo y astrónomo jesuita austriaco-italiano, distinguido entre los indígenas de lo que hoy es el noroeste de México y el Suroeste de Estados Unidos.
[4]Alfonso Reyes Ochoa (1889-1959), poeta, ensayista, narrador, diplomático y pensador mexicano.
[5]Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), intelectual criollo, polímata, historiador y escritor. Ocupó numerosos puestos académicos y gubernamentales en la Nueva España.
Por Teresa Fernández Soneira
Mención de honor en el concurso
anual del Instituto de Cultura
Hispánica de Houston, Texas.