Homilía Pronunciada por el P. Jorge Cela, S.J. en ocasión de la festividad de San Ignacio el 31 de Julio de 2019

En estos días, cuando hacíamos el triduo en preparación para la fiesta de hoy me preguntaba: ¿qué significa ser ignaciano hoy, en esta Cuba del 2019?  No somos la Iglesia triunfante de tiempos pasados. No somos yala Iglesia mártir que enfrentó con coraje y paciencia la discriminación, la persecución y el escarnio. Tampoco tenemos ya el mismo entusiasmo de la Iglesia misionera que se transformó tras el ENEC. 

 Somos una Iglesia debilitada, envejecida, cansada. Y, sin embargo, seguimos teniendo el ímpetu misionero para formar nuevas comunidades que no se detienen ante el desencanto ambiental; conservamos la capacidad de soñar mundos nuevos con esperanza, y poner la mano en el arado para construirlos sin mirar atrás; y la sensibilidad para acercarnos al pobre, al preso, al enfermo, a los niños, a las mujeres maltratadas, sin que nos venza el egoísmo que nos corre por las venas. 

Y todo porque, como decía el profeta Jeremías en la lectura, conocimos a alguien que nos sedujo de tal forma que ya no pudimos echar atrás. Nos cuentan los evangelios que eso fue lo que experimentaron los discípulos y discípulas de Jesús. De tal manera los sedujo, que se fueron con él. 

Es lo que le pasó a Ignacio de Loyola. De pronto se encontró con Jesús y de tal manera lo sedujo, que lo dejó todo y se fue tras ÉL. 

Lo que llamamos espiritualidad ignaciana comienza por ese encuentro con Jesús. Como las parejas que un día se encontraron y se miraron con ojos nuevos y sintieron un click en su interior que les cambió la vida. Por eso el Padre Arrupe decía que seguir a Jesús es como enamorarse. O como aquel momento de una vida gris y apagada en que encontramos un maestro, un amigo, un líder, que hizo arder nuestro corazón y nos cautivó para siempre. 

La espiritualidad ignaciana empieza con esa seducción que ejerce la persona de Jesús en nosotros, que nos mete en un camino nuevo, con tal fuerza, que podemos hasta dejarlo todo, dar la vida por esta pasión que nos da sentido para vivir. 

Y nuestra vida se transforma en seguimiento de este amigo que no falla, que nos descubre la alegría de vivir, y nos abre a un proyecto capaz de llenar nuestra vida. 

Y cuando vienen los desencantos de los golpes de la vida, de la monotonía de nuestra gris cotidianidad, de la soledad amarga que nos deja el desamor, encontramos nueva fuerza para levantamos y seguir. Como enamorados. 

Vamos por la vida siguiendo sus huellas. Aunque los caminos sean áridos y empinados. Aunque quedemos sin aliento y sin fuerzas. Aunque por momentos perdamos el rumbo o nos dejemos engañar por las luces de colores de proyectos vados. Por eso, cuando emprendemos su seguimiento, sentimos la necesidad de discernir, de reconocer la voz de Dios entre otras voces que nos tientan. De reconocer la presencia de Jesús en los vericuetos de nuestra vida. 

El discernimiento de todo el cuerpo apostólico ignaciano nos ha llevado a focalizarnos en cuatro preferencias apostólicas. 

La primera tiene que ver con esa búsqueda de sentido que experimentamos tan fuertemente desde el desencanto cubano. Sin una espiritualidad que nos inspire, la vida se nos disuelve en presentes que buscan intensidad para esconder el vacío y la desesperanza. Lo que tenemos para ofertar es ese camino de Ignacio que llamamos los Ejercicios Espirituales, que son el motor de toda la acción de la Compañía de Jesús. 

La segunda es caminar junto a los pobre en una misión de reconciliación y justicia. Caminar junto al pueblo cubano acompañando, sin protagonismos ni liderazgos interesados. Junto a los pobres, los que tienen menos, cada vez menos, hasta aquellos pobres de fe y de esperanza, decepcionados del amor. Siendo esa Iglesia en salida a la que nos invita el Papa Francisco, saliendo al encuentro de los que caminan, como los guaraníes que encontraron los conquistadores, en busca de la tierra sin mal. ¿Quiénes son los descartados y excluidos y en qué senderos caminamos con ellos? 

 La tercera es acompañar a los jóvenes en busca de un futuro esperanzador, que no está cruzando el mar, sino encontrando la fuente que alimenta el propio pozo, abriendo caminos de libertad y solidaridad, atreviéndonos a soñar y crear nuevas esperanzas, con los desechos reciclados de un mundo roto. Acompañar significa cercanía, escucha, empatía. ¿Quiénes son los jóvenes que acompaño? 

La cuarta es colaborar en el cuidado de la casa común que nos construyó nuestro Padre y hemos dejado deteriorarse por el tiempo, el descuido y la depredación que nace de la ambición. ¿Cómo ha cambiado nuestra vida desde que descubrimos nuestra responsabilidad en el cuidado de la creación? 

Queremos discernir juntos el llamado de Dios en esta realidad y unir nuestros brazos y nuestros corazones para colaborar en la misión de Cristo de transformar este presente cubano en un Reino de Dios que brota con fuerza. Construir redes que nos conecten en un mismo empeño. 

Con la mirada puesta en este horizonte y el corazón engrandecido por la amistad con Jesús hemos descubierto que el mundo solo tiene sentido en El y ya no podemos pensamos fuera de El, como les pasa a los enamorados. 

Y, como nos decía Pablo en la lectura, todo lo que hago es para su gloria, para la mayor gloria de Dios. Así le paso a Ignacio. Encontró el sentido de su vida en disponerse a buscar la mayor gloria de Dios dedicándose al servicio de la fe y la promoción de la justicia, a la reconciliaci6n de la humanidad con la naturaleza, con los hermanos y hermanas y con Dios. Y convirtió en su lema, objetivo de su vida y la de sus compañeros, la búsqueda de la mayor gloria de Dios, que como decía San Ireneo, está en que todo hombre y mujer vivan en plenitud o, como glosaba Monseñor Romero, que el pobre viva. Ese encuentro con Jesús terminó llevando a Ignacio y sus compañeros a dedicar sus vidas a en todo amar y servir, aunque suponga, como nos decía el evangelio, cruz y renuncia. 

Esa es la fuerza subversiva del amor, que no se detiene ante nada, porque el sentido de su vida es que el otro viva y viva en plenitud. 

Aunque suponga cruz y renuncia, contigo nos vamos, Señor.