Charles De Foucauld y la fuga a Egipto: Sugerencias para una espiritualidad de la familia

Sixto García


El presente ensayo se centra en la exégesis de Foucauld sobre el texto de Mateo 2: 13-14, desarrollada en su libro L´Esprit de Jésus (El espíritu de Jesús); el texto bíblico dice: 

«Cuando ellos (los magos) se fueron el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Prepárate, toma consigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y quédate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Él se preparó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto». 

El vs. 15, no incluido explícitamente por Foucauld, dice: «Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”» (cita de Oseas 11:1).

Foucauld desglosa su exégesis en forma de diario espiritual, de febrero 3 a marzo 6 de 1905. Las 32 meditaciones incluidas en este «diario» nos ilustran un perfil muy único, un paisaje espiritual que define lo más íntimo de su vida interior. El texto desborda posibles lineamientos para una espiritualidad de la familia. Discernir estos lineamientos es el propósito de este ensayo.

Sinopsis biográfica de san Charles de Foucauld
La biografía de Foucauld es un contexto indispensable para comprender su espiritualidad. Charles de Foucauld nació en Strasbourg, Francia, el 15 de septiembre de 1858, de una noble familia. Ostenta el título de Vizconde de Foucauld. Huérfano a los 6 años, Foucauld y su hermana Marie son adoptados por su abuelo materno, el coronel de Morlet. Estudia en Saint Arbogast y en el Liceo Imperial de Strasbourg. En 1870, la guerra Franco-Prusiana los obliga a emigrar a Suiza; regresan a Francia en 1871, donde Charles continúa sus estudios en el Lycée municipal de Nancy.


Charles estudia con los jesuitas de la rue de Postes, en París, para prepararse a los exámenes de entrada en la Escuela Militar de Saint-Cyr. Durante este período, pierde la fe. Después de dos (turbulentos) años en l´Ecole de Saint-Cyr (1876-1878), pasa a la Ecole de cavalerie de Saumur. En 1879, es comisionado al 4to Regimiento de Húsares.

Durante este tiempo, Foucauld lleva una vida de disolución total: borracheras, amoríos, violación de los reglamentos de la escuela militar… su vida de disipación es interminable.

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Su regimiento parte para Argelia en 1880. Es asignado a los Chasseurs d´Afrique. De julio de 1881 a enero de 1882, participa en escaramuzas y batallas con las tribus tuaregs del Sahara. Foucauld se queda impresionado al ver cómo, en el momento más álgido de la batalla, a la hora de la oración, los rebeldes sueltan sus fusiles y se vuelven a la Meca a orar, exponiéndose al fuego de los franceses.  Por primera vez observa a personas dispuestas a morir por algo más grande que ellos.

Renuncia al ejército en 1882; junio 1883 a junio 1883, Foucauld es el primer europeo en hacer un reconocimiento geográfico de Marruecos, viajando a veces clandestinamente, empresa que le mereció la primera Medalla de Oro de la Sociedad Geográfica de Francia.

Momento clave en su vida: de regreso a París, participa en las veladas aristocráticas que organiza su tía Marie. Allí conoce a un hombre extraordinario, el padre Henri Huvelin, segundo vicario de la parroquia de Saint Augustine. Graduado (como agregé) de la Ecole Normal Superior de Paris, con especialidad en lenga y cultura griega, Huvelin poseía una mente extraordinaria. Fue director espiritual de los más señeros representantes de la intelectualidad francesa: Henri Bremmond, Maurice Blondel, Emile Littré, y en breve, de Charles de Foucauld. Años después, Foucauld comenta que en Huvelin encontró por primera vez un hombre de gran intelecto que era al mismo tiempo una persona de fe.

En la mañana de octubre 28, 1886, Foucauld se encamina a Saint Augustine, con la intención de hablar con Huvelin sobre sus problemas de fe. Huvelin no lo deja terminar: con su mirada de avezado director espiritual, le grita: «¡De rodillas! ¡Confiese sus pecados!» Foucauld, desprevenido, intenta una débil protesta: «Pero no, mon pére, yo no vine para esto». Huvelin le vuelve a gritar: «¡De rodillas! Confiese sus pecados, y entonces creerá». Así lo hizo Foucauld, luego recibe la Eucaristía, y, años más tardes, escribió: «Desde ese momento, me di cuenta cabal que solo podía vivir para Dios». Foucauld empieza, con la ayuda de Huvelin, el largo proceso de discernir, la voluntad de Dios.

En 1889, después de un viaje a Tierra Santa y de una tanda de retiro, decide entrar en la abadía trapense de Notre-Dame-de-Sacré-Coeur-de-Cheikhlé, en Siria. Allí se une a la comunidad con el nombre de Frére Marie-Alberic.

Pero Foucauld es un hombre inquieto. No halla la paz que tanto busca en la Trapa de Siria. De suyo, el régimen le parece demasiado laxo. Le escribe a Huvelin, su director espiritual: le dice que quiere dejar los trapenses. Huvelin, impaciente ante las indecisiones de su dirigido, le ordena quedarse. Foucauld no le hace caso – un hombre que llena sus cuadernos y obras de espiritualidad, aconsejando a sus lectores obedecer al director espiritual como si fuera la voz de Dios, se pasaría toda una vida desobedeciendo al muy sufrido Huvelin.

       Buscando, meditando, orando, el 14 de junio de 1896 Foucauld pone por escrito su resolución, lo que será su auténtica vocación: imitar a Jesús en Nazaret – ¡MOMENTO CLAVE! –  Foucauld discierne su vocación como seguidor de la Sagrada Familia en su vida oculta en Nazaret.

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Escribe una regla de vida para su proyectada congregación de los Hermanitos de Jesús – más tarde le cambiaría el título a Ermitaños del Sagrado Corazón. Foucauld se cambia el nombre: Hermano Charles de Jesús. 

Impaciente por lograr su objetivo, pide dispensa de sus votos en la Trapa; sus superiores deciden enviarle a Roma para cursar estudios de teología con miras a su ordenación. Obtiene la dispensa, y el 14 de febrero de 1897 hace votos privados de pobreza y castidad; en cuanto a la obediencia, se pone bajo la dirección del sagaz y brillante agente de su conversión, Henri Huvelin.

El 10 de marzo de 1897, Foucauld empieza a trabajar como doméstico (handyman) de la comunidad de Clarisas Pobres en Nazaret. Éste es un período de febril actividad literaria: sus meditaciones personales y comentarios bíblicos se suceden, uno tras otro: «Viajero en la noche», comienza el borrador de «El espíritu de Jesús», y también «Solo por Dios», «Gritar el Evangelio», «Meditaciones sobre los Santos Evangelios» (2 volúmenes). Entre septiembre de 1898 y febrero de 1899, redacta la regla de vida de los Ermitaños del Sagrado Corazón, que finaliza en Nazaret, en la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón.

Foucauld es ordenado sacerdote el 9 de junio de 1901. Su vocación está decidida. Charles llevará a cabo su vocación de la vida oculta en Nazaret en el Sahara africano, posesión francesa, entre tribus seminómadas de tuaregs, olvidadas y despreciadas, cuando no esclavizadas por sus amos coloniales. Foucauld quiere convivir con ellos.

 Años después, en una carta a su amigo Henri de Castries, expresa su deseo de ser conocido como el «hermano universal» –y así lo han reconocido san Pablo VI, en Populorum progressio, y Francisco, en Fratelli tutti.

El 28 de octubre de 1901, Foucauld llega a Beni-Abbés, en el norte del Sahara. Desea conocer mejor a los tuaregs, que viven más al sur. Durante el período de 1901 a 1905, hace varios viajes al interior del Sahara, se gana la confianza de los tuaregs, que le cobran afecto a este marabut (hombre santo) que con tanta gentileza, honestidad y ternura convive con ellos, sin violencias proselitistas. En esta época comienza a escribir Seul avec Dieu (En soledad con Dios).

Charles siente de nuevo la impaciencia de mudarse a otros territorios más prometedores. El 13 de agosto de 1905 se establece en Tamanrasset, en el sur del Sahara. Será su residencia y base de operaciones para sus viajes de contacto con los tuaregs. Se esfuerza en aprender su idioma. En 1914, termina de redactar su diccionario abreviado tuareg-francés y un diccionario de nombres propios. El 25 de julio de 1915 concluye la edición más completa del diccionario tuareg-francés.

Pero son tiempos difíciles. Europa está en guerra desde 1914, y los cañones y ejércitos de Flandes, Francia y Alemania repercuten en el Sahara francés, vecino de posesiones coloniales alemanas. En 1915 brota una rebelión de senusitas, tribu emparentada con los tuaregs; las fuerzas armadas alemanas en la región soliviantan a los rebeldes para que ataquen fortines y villas en territorio francés.

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En diciembre 1 de 1916, Charles de Foucauld le escribe a su prima, Marie de Bondy, quien había sido, en cierta manera, una figura importante en su conversión. Su carta recoge, en francés, las palabras que su director espiritual, Henri Huvelin, había pronunciado en latín en su lecho de muerte: «Nunquam amabo satis» –«Nunca amaremos lo suficiente». Éstas serían igualmente las últimas palabras de Foucauld. 

Ese mismo día, poco después de las 7 de la noche, una banda de senusitas irrumpe en la residencia de Tamanrasset. Maniatan a Foucuald. Aparentemente un ruido en las afueras de la residencia hace pensar a los rebeldes que se acerca una fuerza de rescate. El guardia de Foucauld le dispara un tiro en la nuca…

Charles de Foucauld fue beatificado el 13 de noviembre de 2005, y canonizado el 15 de mayo de 2022. 

Desde un punto de vista puramente humano, se podría decir que la vida de Charles de Foucauld fue un fracaso. Nunca tuvo discípulos para su proyectada comunidad de Ermitaños del Sagrado Corazón – solamente un tuareg converso hizo el intento, y se marchó al cabo de un mes, aterrado por el rigor de la regla de vida.

Pero en 1933, Rene Voillaume y un grupo de compañeros redescubrieron la Regla de Vida que Foucauld había escrito, la adoptaron y fundaron la Congregación de los Hermanitos de Jesús. La ricamente cristocéntrica y místicamente seductora espiritualidad de Charles de Foucauld ha sido adoptada por más de 16 comunidades de laicos y religiosos, y un número incontable de comunidades de base en todo el mundo, que ansían vivir la vida oculta de Nazaret.

Foucauld y la espiritualidad de «la fuga a Egipto», a grandes rasgos

Primero, es clave observar lo más obvio: Foucauld sitúa sus meditaciones en un contexto de periferia: miedo, persecución, exilio. La fuga apurada de una familia judía de clase obrera, amenazados de muerte, no es, normalmente, la situación vital propicia para forjar una espiritualidad de la familia.

He aquí un punto clave de todo el pensamiento y espiritualidad de Foucauld: la contracultura, la radicalidad, la inversión de valores, el reto a la «normalidad» del mundo que define el Evangelio. Más profundamente que muchos teólogos y exégetas académicos, Foucauld discierne, desde el comienzo de su conversión, la subversión radical que conlleva el Evangelio de Jesús, el Evangelio que «es», en su persona, el propio Jesús. Este es el punto de partida para una espiritualidad de la familia sugerida por las meditaciones de Foucauld: la radical subversión que irrumpe en la historia humana con Jesús de Nazaret.

Foucauld escribe al ritmo de antífonas, o expresiones que fungen como tales. En casi todos sus otros escritos, reitera, al comienzo de cada meditación, la frase «Que tu est bon, mon Dieu», que traducido con cierta fidelidad significa «¡Cuán bueno eres Señor!», o de forma más pedestre: «¡Mira que eres bueno, Señor!»

Las meditaciones de la fuga a Egipto despliegan más infrecuentemente el «¡Cuán bueno eres, Señor!» Su frase antifonal preferida nos da una clave para discernir uno de los elementos de su espiritualidad: «Dios mío, te amo, te adoro, te pertenezco, me doy todo a ti» – y añade una paráfrasis de Gálatas 2: 20: «Que no sea ya yo quien vive, sino tu quien vives en mí» (El texto actual de Gálatas 2: 20 dice: «Ya no soy yo quien vive,é es Cristo quien vive en mí»).

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Pero esta opción «antifonal» de Foucauld no es producto de un capricho ni de proclividades devocionales. Más bien, evidencia un atributo clave de la dinámica interna del ermitaño del Sahara: su personalismo. James D. G. Dunn y otros exégetas paulinos han señalado que en Gálatas 2: 20 tenemos la cumbre de la mística de san Pablo, su expresión más apasionadamente lograda. 

Mutatis mutandis, se le puede rubricar a Foucauld lo mismo: su amor por Cristo le lleva a desear («Que ne ce soit pas moi qui vive, mais vous qui viviez en moi») el donar la totalidad de su persona («je me donne a vous») a Cristo, de una forma tan imposiblemente intensa, que en la auto-donación ocurre en su corazón aquello que los Padres griegos llamaban la theosis, la divinización –en Occidente, san Juan de la Cruz (conocido por Foucauld) plasma la theosis e, indirectamente, la transformación radical de Foucauld, en frases como «el alma se transforma en las tres personas de la Santísima Trinidad», «el alma se hace deiforme y Dios por participación» (san Juan de la Cruz, «Cántico Espiritual», 3, 5). 

Foucauld anhela ser no ya él quien vive, sino Cristo viviendo en él. Pero el único Cristo que existe es el Cristo en fuga a Egipto: ¡Cristo en jornada, con María y José, por los desiertos, estepas, con hambre, frío, soledad, miedo de perseguidores, el ciudadano de las periferias!  

No es difícil discernir aquí otro marcador para una espiritualidad de la familia. Solamente la familia que abraza y acepta su caminar por los límites del mundo, por los momentos de dolor, dificultad, rechazo, incertidumbre, puede en verdad desear que Cristo viva en ella, más íntimamente que la familia en ella.

La relación de Foucauld con Jesús es personal. «Persona» implica siempre comunidad –¡familia! – nunca individualismo monista. Este discernimiento fue clave para Charles de Foucauld. De suyo, lo llevó al paso siguiente, la expresión más radical de su personalismo:

El Corazón de Jesús, símbolo clave para la mística y teología de Foucauld: los textos del diario que aquí consideramos exhiben 16 veces la expresión «Corazón de Jesús», y 33 veces «Sagrado Corazón de Jesús». ¡CLAVE! Una cautela, quizás innecesaria, aquí: Foucauld no concibe su relación con el Sagrado Corazón de Jesús como una «devoción» en la cual se repiten oraciones formales, prescritas. Para Foucauld esta relación expresa la intimidad personalista más acendrada.

Al fin y al cabo, Foucauld intuye lo que años después la mejor exégesis y teología nos dicen hoy en día: «corazón» en el Antiguo Testamento (en hebreo: «leb», «leb´eb») ocurre 858 veces; el griego «kardia», 154 veces en el NT. El corazón en su sentido bíblico, tan clave y esencial para Foucault, connota lo más esencial de la persona humana, la sede de su volición, su capacidad de opción – lo más pleno e íntimo del ser humano (cf. Karl Rahner, Pedro Arrupe).

El Corazón de Jesús, para Foucauld, es lo que Karl Rahner llamaría el «Símbolo Real», es decir, la presencia total, radical y definitiva de Dios en su vida. Es la imagen, metáfora, símbolo de su comunión íntima con el Señor. No fue una opción casual o capricho del momento lo que mueve a Foucauld a concebir una Hermandad de Ermitaños del Sagrado Corazón, no fue vana pretensión sartorial lo que lo mueve a grabar un Corazón de Jesús rojo y llameante en su hábito religioso…

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De lo anterior, podemos desglosar unos primeros lineamientos para una espiritualidad de la familia:

Primero: Las meditaciones sobre la fuga a Egipto son, propiamente hablando, una oración continua, en forma dialogal, con Jesús –una estructura y un flujo semejante a las «Confesiones» de San Agustín. Igual que las «Confesiones», no son relatos autobiográficos ni un mapa de su desarrollo espiritual, sino, sencillamente, una oración continua. Orando, suplicando, desvelando el alma y lo más recóndito del corazón…, he ahí un jalón para una espiritualidad de la familia: la oración de Foucauld interpela a la Sagrada Familia, en diálogo íntimo y confianza filial.

Segundo: las meditaciones de febrero 3 a marzo 6 constituyen una oración en, y de, las periferias – ¡pura periferia! Con escasas excepciones, Foucauld comienza cada página de su diario con la misma «frase antifonal» (con algunas variantes): 

«Dios mío, te adoro en tu fuga a Egipto. Santa Virgen, San José, pónganme con ustedes, entre ustedes, a los pies de Jesús» (la petición de «ponerlo» con Jesús tiene ecos del Diario Espiritual de San Ignacio de Loyola).

¿Qué nos dice este texto? Consideremos lo siguiente:

Foucauld se dirige a Jesús – ¡siempre! Jesús va a ser el mediador entre Charles y el resto de la Sagrada Familia. Nunca se puede enfatizar lo suficiente –bajo pena de mal entender, o de no entender en nada, a Foucuald – lo siguiente: su espiritualidad es cristocéntrica. Jesús, bien sea visto como el hijo de María y José, bien expresado en el símbolo del Sagrado Corazón, es la médula palpitante de todo lo que es, dice, hace y escribe Foucauld.

Luego, Foucauld hace profesión de adoración a Jesús – ¡en fuga a Egipto! He aquí toda una Cristología que le habla a las familias de hoy. Foucauld nos plantea que la identidad más profunda de Jesús solamente puede ser reconocida en las periferias: la fuga a Egipto, con su secuela de sufrimiento, hambre y frío… Foucauld conocía íntimamente los Evangelios. La escena descrita en Marcos 15: 39: el centurión confiesa a Jesús, que acaba de morir en cruz: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios», y es este crucificado lo que le impele a adorar –Jesús se auto revela en su realidad más íntima solamente desde la cruz, y esa cruz está presente desde el comienzo, arroja ya su sombra en la fuga a Egipto, se cierne sobre el niño, hijo de José y María.

Foucauld, por tanto, adora a Jesús, niño, en compañía de sus padres, afligido, hambriento incómodo; Foucauld le quiere seguir, en su fuga: 

«A ejemplo tuyo, a ejemplo de tus padres, tu servidor, tu hermanito, debe, a la primera señal de tu voluntad – levantarse, en plena noche, como San José, a desear unirse a toda jornada, toda fuga, todo exilio, en hambre, sed, fatigas, frio, las intemperies, las dificultades del camino, los peligros, la destitución, todas las dificultades, los sufrimientos, como la santa familia… Es necesario, como la santa familia, en estas dificultades, estos sufrimientos, y por los mismos motivos, estar inundados de alegría, y de no tener pensamientos que no sean de reconocimiento, de adoración y de amor» (Meditación de febrero 4; cf. febrero 5, 7, 19, 24, 26, 28).

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De aquí podemos colegir que una familia que desee vivir según el ritmo del Evangelio está emplazada a discernir y adorar, no al Jesús preconcebido como protector de nuestras comodidades y obsesiones de poder, sino al Jesús en fuga, hambriento, con frío… al Jesús en cruz.

Tercero: la rica simbología del Sagrado Corazón, como «Símbolo Real» – es decir, sacramental – de Jesús desvela, para Foucauld, la intimidad del niño fugitivo huyendo a Egipto con sus padres, condenado a muerte por un tirano, reflejo secular de todos aquellos que siempre han buscado acabar con Jesús, que lo han enviado en fuga –¡perenne, hasta el día de hoy! –hacia lejanos países, a ser despreciado, rechazado… – Foucuald recurre a este tema casi obsesivamente en sus meditaciones: feb. 4, x 5, 7, 19, 28.

Foucauld conoce el relato de Juan 19: 34: el corazón de Jesús es traspasado, el agua (bautismo) y la sangre (eucaristía) que fluyen de él le abren el secreto más seminal, la realidad más profunda de la existencia, aquello que define al mismo Dios: el Amor, incondicional, auto-entregado como cuerpo roto para la vida del mundo. 

Una lectura atenta de la situación mundial nos hace conscientes del dolor y la aflicción de incontables familias, siempre «en fuga», migrando en busca de calor, hogar, sustento… La espiritualidad de la fuga a Egipto suspira atronadoramente a nuestras familias a dejar las cobijas dentro de las cuales escondemos nuestros temores y cobardías, y a correr, como Foucauld, el peligro de accidentarnos, de ser heridos, de pasar hambre, frío y soledad… por los otros. 

Cuarto: este último punto nos lleva a la forma definitiva del amor de Jesús que debe definir a la familia. En su meditación de febrero 6, Foucauld le habla directamente al Corazón de Jesús (Coeur de Jésus):

«¡O Señor, gracias, Corazón de Jesús, gracias! Gracias por demostrarnos tan claramente, tan acertadamente, por tu ejemplo, al cual añades el tus padres, lo que deben ser, lo que deben hacer, tus servidores, los que te aman, los corazones que tú amas, aquellos que desean seguirte, tus pequeños hermanos: cómo deben ser siempre pobres y abyectos, cómo deben ser caritativos, respetuosamente y amorosamente caritativos hacia todo pobre, todo transeúnte, todo pequeño, todo ser sufriente, viéndote en ellos a ti y a tus santos padres, en fuga a Egipto: “todo aquello que haces a uno de estos pequeños, a mí me lo haces”; cómo ellos (tus servidores) deben despojarse de todo para (dar a) estos pequeños que son tú… ».

En febrero 17, escribe:
«A toda hora del día y de la noche, estoy a tus pies, bajo tu techo, en tu alcoba, como María y José en Nazaret. Como ellos, te tengo a cada hora del día entre mis manos. Como ellos, mantengo ordenada tu alcoba, los lienzos que tocas, alimento la lumbre. Como ellos, escucho tu voz en el santo Evangelio y en el fondo de mi alma. Como ellos, puedo y debo vestirte, alimentarte, darte de beber, consolarte, sanarte, en los pobres, los transeúntes, los enfermos…».

En febrero 28, Foucauld medita:

«A toda hora, puedo verte, consolarte, aliviarte, servirte, en los pobres, los infortunados. Sagrado Corazón de Jesús, ¡cuánto me has enriquecido, cuán feliz soy!».

Se podría discernir, en las imágenes de estos textos, algo parecido a lo que San Ignacio de Loyola llama «la composición de lugar».

Las tres ponderaciones que Foucauld incluye en su diario/oración/diálogo constituyen el fundamento de su compromiso de justicia social, y, por ende, de la familia contemporánea. 

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Consideremos lo siguiente:

Foucauld inicia su proceso de conversión escasamente 5 años después de la publicación de la encíclica Rerum novarum, de León XIII. No hay indicios que Charles la haya leído, o si la leyó, que formara parte de su desarrollo espiritual, de su ininterrumpida oración coloquial con Jesús, que forma, como hemos dicho arriba, la esencia de sus escritos.

Pero es imperativo tener en cuenta lo siguiente: lo que hoy en día conocemos como Doctrina Social de la Iglesia, presupone, para su práctica y difusión, una vivencia de conversión personal, de hacer vida y presencia, personal e íntima, como el corazón palpitante de toda espiritualidad social, lo que Francisco ha llamado el «Gran Protocolo» (Gaudete et exsultate, 95-109), cabe decir, el texto siempre perturbador y subversivo de Mateo 25: 31-46.

Para Foucauld, el punto de giro es, en particular, Mateo 25: 40: «Cada vez que se lo hicieron a uno de éstos mis más pequeños, me lo hicieron a mí». El griego original, elachiston, conlleva el sentido de pequeñez, de indefensión extrema. Foucauld cita este texto y recoge este tema en toda su intensidad: los tres textos arriba citados nos dicen que Foucauld desea ardientemente – éste es el corazón de su oración, de su apasionada imploración – ver en los rostros de los pobres, de los hambrientos, de todos los que sufren, el rostro del Jesús en fuga, del Jesús huyendo de los poderes mortíferos de este mundo, atravesando desiertos y páramos hostiles, hambriento, despreciado, con miedo… ¡el rostro de sus padres! ¡Los rostros de la Sagrada Familia!

Sin este deseo, sin esta conversión que brota de lo más palpitantemente íntimo del corazón, sin el anhelo de ver a Jesús y su familia en el rostro de las víctimas de la historia, la praxis de la Doctrina Social de la Iglesia degenera en asistencialismo distante, remoto, frío, donde el desgarro y el dolor humano se hace opaco, y, en definitiva, víctima del desprecio…

Conclusión
Foucauld le habla a la familia contemporánea; escuchemos lo que dice, como resumen de todo lo anterior:

Primero: las familias, en el mundo de hoy, viven en un mundo rodeado de periferias, cuando no como ciudadanas de estas. El sufrimiento de los pobres y preteridos de nuestras sociedades rodean y giran en torno a nuestros barrios familiares más opulentos. Ignorar esta realidad es ignorar el imperativo del Evangelio.

Segundo: una genuina espiritualidad de la familia exige una relación personal, del «Yo» al «Tú», formando un «Nosotros», con Jesús. La familia de hoy está emplazada a este diálogo apasionado y personal con Jesús, como prerrequisito de toda oración, de toda participación eucarística.

Tercero: la alternativa a lo anterior, y la causa de tantos desgarros en las familias de nuestros tiempos, es ese «pragmatismo gris . . . que nos convierte en momias de museo» (Francisco, Evangelii gaudium, 83). Sin una relación apasionada, personal, en comunidad familiar, con Jesús, y de ahí derivada, los unos con los otros, la acedia, el desgaste y, en última instancia, la irrelevancia de esta caricatura de fe cristiana termina erosionando la unidad familiar.

Cuarto: el ser humano es un ser simbólico, tanto en su propia humanidad, como en su ámbito relacional. «Símbolo» es un vocablo de definición incierta; hago opción, por estar más cerca del alma de Foucauld, de la definición que Karl Rahner y Paul Ricoeur, que de formas diferentes nos han dado: «Símbolo es toda realidad que está preñada de lo que simboliza, la hace presente y la comunica».

Para Foucauld, su «símbolo real», definidor de toda su mística, es el Sagrado Corazón, en su pleno sentido bíblico: símbolo de toda la persona de Jesús, vulnerable, herido, compañero de caminos de nuestras fugas a Egipto – el Corazón de Jesús, del cual surge, como agua y sangre, la comunidad de fe, y es también fuente de esa «Iglesia pequeña», la familia – compañero de las fugas y peregrinaciones de la familia.

Quinto: ser cristiano, y, por ende, ser familia cristiana, solamente puede ocurrir cuando nos olvidamos de nosotros mismos, cuando rechazamos la siempre presente tentación de hacernos el centro del universo, obsesionados con el poder, el dinero, el control: la mansión lujosa, el nuevo carro, los vestidos más elegantes, y en el proceso nos damos – ¡como familia! – a aquellos a quienes Jesús amó preferencialmente . . .

¿Familia cristiana? ¿Espiritualidad familiar? Foucauld nos emplaza, con el estruendoso suspiro propio del místico, a hacer lo que él hace en los 3 textos arriba citados: ver la cara de Jesús y su familia en esos rostros surcados por la fatiga, el hambre, el desprecio, de sus fugas a Egipto . . . 

Mejor todavía: la espiritualidad que Foucauld le enseña a la familia contemporánea es acompañar a todos aquellos en sus fugas a Egipto, y hacer nuestras, como familia, sus vidas, alegrías, dolores, miedos, incertidumbres, y, en última instancia, ser portadores de una «esperanza contra toda esperanza» (Romanos 4: 18).

Y, como punto final, la familia, como comunidad, puede clamar con Foucauld, aquello que el ermitaño del Sahara repite con santa obsesión al final de sus meditaciones: su paráfrasis de la cita de Gálatas 2: 20: «Que ya no sea yo quien vive, que Cristo viva en mí».

NOTA: He traducido los textos de Foucauld y los títulos de sus obras directamente del francés original. Al presente, hay pocas traducciones de las obras de Foucauld. Hay una excelente biografía, «Charles de Foucauld» de Jean-Jacques Antier, publicada en inglés – la versión original en francés tiene más material explicativo.

Sixto Garcia: Ph.D. Notre Dame Theology Department. 
Emeritus Professor of Systematic Theology (Christology, Scriptures). St. Vincent de Paul Regional Theological Seminary.
He is a Resident Columnist and former Director/Editor of “El Ignaciano” (2021-2022).