Sinodalidad: Esbozos de fundamentos bíblicos y teológicos

Sixto García

Mi intención es reflexionar, estudiar y analizar los fundamentos y textos primarios que sustentan la noción de sinodalidad. No haré referencia a la recientemente concluida fase del 2023 del Sínodo sobre la Sinodalidad. Otros contribuyentes a este número de El Ignaciano, algunos de los cuales hablan desde su experiencia personal de participación en las deliberaciones sinodales en Roma, ofrecerán datos y detalles más particulares.

El testimonio de la escritura:
          El pecado original «insidia la realización del proyecto, rompiendo la ordenada red de relaciones . . . Pero Dios, en la riqueza de su misericordia, confirma y renueva la alianza . . . volviendo a sanar la libertad del hombre . . . para que acoja y viva el don de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos en la casa común de lo creado» (cfr. p.e. Génesis 9: 8-17; 15, 17; Éxodo 19-24; 2 Samuel 7: 11) (Papa Francisco, La Sinodalidad en la Vida y en la Misión de la Iglesia –de aquí en adelante SVMI)

          Francisco acentúa la formación del edah-qahal, la convocación del Pueblo de Dios a partir de Abrahán y su descendencia; Gerhard von Rad (Teología del Antiguo Testamento) ha desarrollado el tema de las interrelaciones en la «anfictionía» o pueblo convocado –por lo demás, se impone recordar que qahal  se deriva del hebreo qol, «voz». Este vocablo tiene su vocablo en la ekklesia del Nuevo Testamento, expresada en el evangelio de Mateo (Mateo 16: 18; 18: 17) –ekklesia deriva de ek-kaleo, «llamar (kaleo) desde (ek) . . . », o sea, el mismo sentido que qahal– «comunidad convocada».

          Francisco apunta que qahal refleja «la vocación sinodal del Pueblo de Dios… En el centro de la asamblea está el Señor, que se hace presente a través del ministerio de Moisés» (SVMI 13). Los profetas (Ezequiel, en particular), anunciarán que el Señor le dará a su pueblo un corazón y un espíritu nuevo (cfr- Ezequiel 11: 19 – SVMI  14). Podemos reforzar la intuición de Francisco añadiendo que el Señor promete igualmente transformar a su Pueblo: «les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ezequiel 36: 25-27, par. 11: 19).

          El proyecto del Padre «se cumple escatológicamente en la pascua de Jesús… La pascua de Jesús es el nuevo éxodo que reúne en la unidad (synagogue eis hen) a todos los que creen en Él (cfr. Juan 11: 52)» –SVMI 15.

          Francisco insinúa una fundamentación ontológica de la sinodalidad en la persona de Jesús: «Jesús es el peregrino que proclama la buena noticia del Reino de Dios (cfr. Lucas 4: 14-15; 8: 1; 13: 22; 19: 11) anunciando el camino de Dios (cfr. Lucas 20: 21) . . . Más aún, Él mismo es el “camino”(Juan 14: 6)» –SVMI, 16 . Tomemos en cuanta el texto griego del texto de Juan citado por Francisco: ego emi he hodos, he aletheia, he zoe –el vocablo hodos (syn-hodos) se identifica con la persona de Jesús, en una especia de «danza lateral de alegoría» (Charles Kannengiesser)-; Jesús es el fundamento y definición misma de la sinodalidad de la Iglesia. 

          Sería pertinente señalar que los seguidores de Jesús durante su ministerio público eran todo un pueblo, no solamente los doce (Francis Moloney, The Gospel of Mark). Los Apóstoles son enviados, con exousia («poder» y, por implicación, el poder del Espíritu) para anunciar el Evangelio a todas las naciones y bautizarlas en el nombre del Dios Trinitario (Mateo 28: 19 –cfr. SVMI 17).

          El «Concilio de Jerusalén» (Hechos 15) representa unas primicias de Sinodalidad. Francisco le dedica amplio espacio en SVMI. Hierve el debate sobre la imposición –o la libertad– de la circuncisión y las leyes de pureza a los gentiles conversos. En definitiva, el acerbo problema es presentado a toda la comunidad de Jerusalén, como nota Francisco: edoxe tois apostolois kai tois presbyterois syn hole te ekklesia (Hechos 15: 22) –Los líderes de la comunidad, Pedro Santiago y los ancianos, guían al pueblo y toman la decisión (cfr. 15: 22ss).

          La visión bíblica, en conjunto, nos dice que el Pueblo de Dios camina hacia la nueva Jerusalén (SVMI 23). Es ahí donde todo el Pueblo de Dios se reunirá, sin jerarquías ni elitismo, para clamar: ¡Ven, Señor Jesús! (Apocalipsis 22: 20).

El testimonio de la iglesia post-apostólica (la Patrística)
Ciertos retos y obstáculos a una visión sinodal de la iglesia:
distinción entre clero y laicado

          Uno de los retos a la recepción de una Iglesia sinodal ha sido – y sigue siendo, sobre todo en la Iglesia de EE. UU. – la teología y praxis de los ministerios. La Iglesia es una Iglesia de ministerios y ministros (Thomas O´Meara, O.P., Theology of Ministry). O´Meara, Yves Congar y otros nos han insistido en la necesidad de superar la distinción entre clero y laicado¸ que, según la interpretación más común –si no en la comunidad teológica, ciertamente en parroquias y diócesis– discierne al ministro ordenado como poseyendo, en virtud de la imposición de las manos, una superioridad ontológica y moral sobre el resto de los bautizados, sobre el resto de la humanidad.

          Esta distinción no tiene fundamentos en las escrituras canónicas del Nuevo Testamento –no pertenece, por tanto, a la predicación, teología y depósito de la Iglesia Apostólica; por lo tanto, como nos ha recordado Edward Schillebeeckx, entre otros, no puede ser «inventada» por la Iglesia posterior como un dato del depósito de la fe y la teología sacramental (cfr. también San John Henry Newman, On the Development of Christian Doctrine, ed. 1878).  Todo desarrollo y evolución legítima de teología, doctrina y praxis -de suyo, como veremos más adelante, todo en la Iglesia evoluciona, incluyendo la misma Iglesia-, requiere un punto de partida fiel, en sus fundamentos y substancia, a la fe de la Iglesia Apostólica.

Planteamientos ante los retos y obstáculos:
Yves Congar

          Yves Congar nos plantea que la distinción entre clero y laicado es tardía –mediados o fines del siglo III, comienzos del siglo IV-: kleros, «heredero»; kleronomi, «herencia»; laos, «pueblo».

          Reitera Congar: «Buscar una “espiritualidad del laicado” en las Escrituras no tiene sentido. No hay mención de laicado. Ciertamente, la palabra existe, pero fuera del contexto del vocabulario cristiano» (Yves Congar, «Laic et Laicat», Dictionnaire de Spiritualité, citado por Thomas F. O´Meara, Theology of Ministry, 2nd. ed.).

Congar profundiza y discierne perspectivas diferentes en la Iglesia de los primeros Padres y Doctores (siguientes citas tomadas de su Por una Iglesia servidora y pobre – NOTA: He incluido el texto original en latín de las citas más importantes).

San Cipriano: «Desde el comienzo de mi episcopado me he propuesto observar una regla: no decidir nada sin vuestro consejo (el de los sacerdotes y diáconos) y sin el sufragio del pueblo» (Epístola 14. 4: nihil sine consilio vuestro et sine consensu plebis mea privatim sententia gerere ). Quizás más radical es su Epístola 34.4.1: «Consultando . . . no solo con mis colegas, sino con todo el pueblo» (tractanda . . . non tantum cum collegis meis, sed cum plebe ipsa universa).
San Cipriano: «El episcopado es único, del cual participa cada uno por entero» (De catholicae ecclesiae unitate, 5).
San Agustín: «Yo soy obispo para vosotros y cristiano con vosotros», «pecador con vosotros», «discípulo y oyente del Evangelio con vosotros». «Si soy obispo, soy para vosotros» (Vobis sum episcopus, vobiscum christianus).
San Gregorio I (Magno), en una carta a Theoctista, la hermana del Emperador, comenta que el mismo apóstol Pedro explicó a la Iglesia (al pueblo) las razones de su decisión de bautizar a Cornelio (Quarelae fidelium non ex potestate, sed ex ratione, respondit, causam per ordinem exposuitRegula Pastoralis XI. 27).
San Celestino: «Ningún obispo debe ser impuesto a aquellos que no desean recibirlo» (Nullus invitur detur episcopusEpístola  4. 5).
San León I (Magno): «El que preside sobre todos, debe ser elegido por todos» (Qui praefeturus est ómnibus, ab ómnibus eligaturEpístola 10. 4.

José María Castillo
          José María Castillo («Para comprender los Ministerios en la Iglesia») nos ofrece otras fuentes primarias que retan la doctrina supremacista de los ministros ordenados –las citas, a continuación: 

          «Decreta el sagrado concilio que quienes son ordenados de una manera absoluta (sin haber sido designados y aceptados por una comunidad eclesial) tal imposición de manos es inválida y nunca podrán ejercer el ministerio» –Concilio de Calcedonia (451), canon 6.

          «Si uno desea el episcopado, desea una cosa buena (1 Timoteo 3: 11)”. Pero yo afirmo que desear, no la obra buena, sino la autoridad y la potestad, es cosa grave . . .» –San Juan Crisóstomo, Del sacerdocio.  

          «Por tanto, cuando se trata de la elección del sumo sacerdote, se ponga al frente de los demás aquel que pidan de manera concorde, mediante su consentimiento, el clero y el pueblo, de tal manera que, si los votos se dividen y piden otra persona, según el juicio del metropolitano se elija a aquel que prevalece por sus buenos deseos y sus méritos; en todo caso, no se ordene aquel que es rechazado y no solicitado . . .» –San León I, Epístola XIV, 5.

          «Por tanto, todos los que presiden no deben pensar que tienen la potestad de orden, sino la igualdad de condición, y no deben alegrarse de que presiden a los hombres, sino que les son útiles» –San Gregorio I, Regula Pastoralis, II, 6.

          «Tertuliano usa la palabra sacerdos 97 veces, 8 veces en referencia al obispo y 21 en referencia a los cristianos en general. En este punto insiste Tertuliano de tal manera que él estaba persuadido de que la diferencia entre los ordenados y la plebe era el resultado de una decisión eclesiástica. Por eso, para Tertuliano, cuando no hay sacerdotes ordenados, los laicos pueden bautizar y celebrar la eucaristía, porque donde hay tres allí está la Iglesia, aunque sean laicos» (Tertulliano: Nonne et laici sacerdos sumus_ . . . Differentiam inter ordinem et plebem constituit ecclesiae auctoritas et honor per ordinis conssesus sanctificatur est. Ubi ecclesiastici ordinis non est conssesus, et officis et sacerdos est tibi solus, scilicet ubi très, ecclesia est, licet laici.).

Edward Schillebeeckx, O.P.
          Schillebeeckx sostiene que para algunas iglesias cristianas la noción del «carácter sacramental» de los ministerios constituye un obstáculo; tal problema carece de fundamento: la noción de carácter sacramental (expresada a veces como el sello indeleble) surge tardíamente, en una carta del papa Inocente III en 1201, en referencia al carácter del bautismo; la idea del carácter sacramental del sacerdocio aparece por primera vez en 1231 en una carta del papa Gregorio IX al arzobispo de París. 

          En ambos casos, la noción de carácter no define una condición ontológica, sino relacional –la relación del bautizado o del ministro ordenado con Jesucristo, con la comunidad local y con la Iglesia universal (Schillebeeckx, Ministry)–; no intenta, pues, denotar una superioridad ontológica o moral del «ordenado» sobre el resto de los bautizados.

Karl Rahner, S.J.
          Karl Rahner ha analizado este tema en su Vorfragen zu einem ökumenischen Amtsverständnis (lit.: Cuestiones preliminares para un comprensión ecuménica de los ministerios; título en inglés: An Ecumenical Priesthood: The Spirit of God and the Structure of the Church

          La res tantum -la res sacramenti (la gracia del sacramento)-, afirma Rahner, se halla presente en toda comunidad eucarística, aún en ausencia de un ministro ordenado.  La dinámica intrínseca del sacramento (opus operatum, ex opere operato) hace posible que la comunidad, cuyos miembros definen su humanidad como una apertura y capacidad finita de lo Infinito (Sobrenatural Existencial), definida por una gracia irrevocable, y escatológicamente fundamentada –la victoria escatológica de la comunidad- deviene así en el sacramentum tantum, logrando así la plenitud del símbolo y de la gracia, la realidad media, la res et sacramentum, y, por lo tanto, en la ausencia de un ministro ordenado y comisionado por la comunidad de la Iglesia, pueden celebrar la Eucaristía válidamente. En dos palabras, su definición eucarística es plenamente sinodal. 

Thomas O´Meara, O.P.
          Thomas O´Meara (Theology of Ministry) ofrece la siguiente perspectiva de una comunidad ministerial, de definición universal, plenamente sinodal en todas sus categorías:

A todo lo anterior, se puede añadir la frecuencia con la que el papa Francisco ha criticado acerbamente el clericalismo, fuente no solamente de una eclesiología anti-sinodal, sino de problemas moralmente más graves, como es la prevalencia del abuso sexual de menores cometido por miembros del clero.

 Reflexión de Síntesis
El tema requiere, como es autoevidente, una selección de un pequeño número de las fuentes primarias y los autores que, hoy en día y en tiempos pasados, han otorgado los fundamentos para el proyecto sinodal del papa Francisco. No he pretendido ni remotamente abordar todos los temas subsidiarios, todas las fuentes y todos los ángulos del tema de la sinodalidad.

He intentado, sin embargo, ser fiel a dos principios antiguos, elementos vitales de la realidad de la Iglesia desde su convocación por Jesús; son principios básicos de la eclesiología, y, en general, de toda teología:

Por un lado, todo evoluciona: dogmas, doctrinas, formas y modos sacramentales, interpretación de las Escrituras -¡la Iglesia misma!

Por otro lado, San John Henry Newman, en su On the Development of Christian Doctrine (2da. Edición, 1878), y, más recientemente, Edward Schillebeeckx (Ministry), nos han planteado, de formas diferentes, con lenguaje teológico peculiar a cada uno, el mismo punto: todo cambio legítimo en la Iglesia tiene que ser fiel al «tipo» o fundamento definitorio de su origen y en continuidad de principios.

O dicho de otra forma (refiriéndome aquí a Schillebeeckx), todo aquello que no haya sido un elemento definitorio de la Iglesia Apostólica, no puede ser inventado por la Iglesia posterior con reclamos de legitimidad –«sello indeleble», «primacía», «sucesión apostólica lineal» (¿hace falta, en este último punto, evocar la tesis autoritativa de Yves Congar: la «sucesión apostólica» es estructural, no lineal?), «ordenación» (palabra que proviene, en todo caso, de la religiosidad «pagana» de Roma), la prohibición del ministerio ordenado a las mujeres, ordenación de personas casadas . . . , y lo que resulta de todo esto: la destructiva, absurda, sofocante, mitológica distinción radical entre clero y laicado, gravitando hacia una visión supremacista del clero  (cf. Congar, arriba; Thomas O´Meara, Theology of Ministry); todo esto, por hacer una lista somera de muchas realidad legitimadas «ilegítimamente» en la Iglesia . . . ¡y todas ellas socavando la visión sinodal del papa . . . !

Haría falta un acto de deshonestidad mayúscula, o un despliegue de ignorancia teológica aún mayor, para probar que la Iglesia Apostólica es fuente de todas estas distorsiones. Sería igualmente deshonesto o aberrado argumentar que, si bien estas nociones no se hallan en las Escrituras, sí pueden encontrarse en la Tradición –argumento teológica e históricamente errado por la base.

Al fin y al cabo, el mismo Concilio de Trento afirmó que la Revelación «la promulgó por su propia boca nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, y mandó luego que fuera predicada por ministerio de sus Apóstoles a toda criatura . . . y viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas . . .  Trento no dice: «o (aut) en los libros escritos o (aut) en las tradiciones no escritas», sino «en los libros escritos y (et) en las tradiciones no escritas . . .».

Trento no da fundamento a la tristemente equivocada interpretación del partim-partim («parte aquí-parte allá») que surgió después –o sea, la afirmación de que «hay verdades de fe en la Tradición que no están en la Escritura», lo cual favorece la invención de algunas de estas mitologías clericales arriba mencionadas, atribuidas falsamente a la Tradición. Propiamente leído e interpretado, Trento no deja espacio para «tradiciones» que, haciendo violencia al depósito de la fe apostólica, añadan elementos ajenos al auténtico conjunto de la fe cristiana. 

La Constitución sobre la Revelación del Concilio Vaticano II, Dei Verbum (9), afirma lo contrario: «La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin» (DH 4212).  El testimonio de la Iglesia Apostólica queda vindicado –e, igualmente, queda refrendada la llamada sinodal de Francisco- Dei Verbum; a semejanza del Decreto de Trento, niega el espacio para introducir «tradiciones» secundarias que distorsionen el panorama de la teología, la doctrina, la práctica de la Iglesia –y, por ende, el proyecto sinodal del papa Bergoglio. 

NOTA: DH = Enchiridion Symbolorum, Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum («Colección de símbolos, definiciones y declaraciones en materias de fe y de moral»), editada originalmente por Heinrich Denzinger (1854), recientemente por Peter Hünnerman (1999).

Conclusión
Algunos medios sociales católicos (La Croix International, National Catholic Reporter, Commonweal) han reportado un cierto malestar de parte de algunos sectores de la comunidad católica sobre ciertas percibidas deficiencias de la fase sinodal recién concluida: se señala que no se habló de cuestiones neurálgicas, como el sacerdocio de las mujeres (o las mujeres diaconisas), definición de la pastoral con los miembros de las comunidades LGBTQ . . . y otras parecidas . . .

No es mi intención abordar ni evaluar estas críticas. Creo que es válido decir que, en general, esta fase sinodal logró definir y discernir una faz de la Iglesia hasta entonces insospechada –y que ciertamente infundía zozobras y miedo aún a aquellos que deseaban transformar y renovar la Iglesia, llevando la enseñanza del Vaticano II hasta sus consecuencias radicales: la sinodalidad.

El papa Francisco ha probado ser un espíritu profético, que ha osado hablar cosas que obviamente iban a suscitar, como de suyo han suscitado, ataques y denigraciones virulentas, de muchos sectores, sobre todo en la Iglesia de EE. UU.  La osadía de Francisco y sus colaboradores, que, cara a cara con los peores ataques y acusaciones, han pensado el mejor futuro de la Iglesia, es portento de esperanza para el futuro . . . pero . . .

Quedan esos asuntos pendientes arriba mencionados. Una Iglesia sinodal presupone la inclusión de todos, la participación de todos, escuchar a todos . . . mientras queden algunos que se sientan descartados en las márgenes, habrá todavía trabajo que hacer . . . solamente nuestra fidelidad comprometida y radical a a gracia de Jesús, revelando el amor del Padre por medio del Espíritu Santo, puede lograr la plenitud futura del proyecto sinodal de Francisco. 

Dr. Sixto García
Es Doctor en Teología Sistemática y Nuevo Testamento. Al presente, es profesor jubilado de St. Vincent de Paul Regional Seminary, donde permanece como Senior Lecturer, y profesor de la Escuela Diocesana de Formación de la Diócesis de Palm Beach. Editor Emérito y asiduo colaborador de El Ignaciano, recibió el pasado junio el «Virgilio Elizondo Award» 2023.